Reseña elaborada por Eleonor Nolan,
5 de Diciembre, 2022.
Sinopsis:
En una modesta y precaria casa, detrás de cuyas puertas se encuentra un recinto polvoriento repleto de objetos de toda clase, en dicho recinto, y oculta en la oscuridad de la noche, la silueta de una persona diminuta se escurre por entre aquellas reliquias. La niña, pues de una niña se trata, aguarda con ansias la llegada de su abuelo. Sin embargo, el anciano no regresa hasta mediodía. Cuando el susodicho, con paso ligero, ingresa a la morada, a duras penas repara en la presencia de la pequeña quien lo observa con tristeza. El hombre, amargado, rumiando penosos pensamientos, se dirige a su cuarto mientras la niña se ocupa de algún que otro quehacer doméstico. Lejos están ambos de imaginar la suerte que les espera.
Tras endeudarse con Daniel Quilp, un horroroso enano envuelto en turbios negocios, el viejo acaba perdiendo su escasa fortuna en unas pocas semanas y con ella sus pertenencias, incluido el almacén de antigüedades. Inmediatamente, el prestamista toma posesión de las mismas para recuperar su dinero, y hecha al anciano y a su nieta a la calle.
Nelly, la pobre huérfana, y su abuelo desaparecen misteriosamente de la noche a la mañana sin que nadie tenga idea de su paradero. Entretanto, se teje una trama muy distinta a ésta. Federico Trent, hermano de la niña, propone a su amigo Ricardo Swiviller que contraiga matrimonio con ella una vez que ésta haya alcanzado la mayoría de edad. Tras celebrarse dicho enlace, los dos granujas dilapidarían la holgada herencia que según sus conjeturas Nelly habría de heredar. Al mismo tiempo, Kit, el fiel sirviente del viejo, intenta encontrar a su amo y a la pequeña Nelly, sin obtener resultados con sus pesquisas. Sin embargo, un desconocido le propone ayudarle a hallar a los dueños del almacén de antigüedades. Daniel Quilp, por su parte, habiendo jurado venganza contra el anciano y la nieta de éste, seguirá atentamente los pasos de Kit y su misterioso colaborador para encontrar a los fugitivos y llevar acabo su cometido.
Personajes:
Daniel Quilp; el enano malévolo
Su aspecto, su gestualidad y sus expresiones faciales rayan con lo ridículo deviniendo incluso en lo grotesco.
Cruel, sádico y violento hasta niveles insospechados, todos cuanto le rodean se convierten en sus víctimas. Su mujer sufre cotidianamente sus malos tratos, siendo psicológicamente torturada día y noche tanto en su presencia como, paradójicamente, en su ausencia dado que su marido actúa a su antojo, abandonando frecuentemente el domicilio conyugal sin avisarle siquiera. El Sr. Brass, su asesor legal, padece sus burlas y amenazas viéndose obligado a doblegarse a su voluntad para conservar al cliente más acaudalado de la firma Bevis Mark. Ricardo Swiviller, también conocido como Dick, tras ser abandonado a su suerte por aquel a quien consideraba su amigo más leal, se ve en la necesidad de establecer un vínculo con este terrorífico personaje para sobrellevar la penosa situación económica en la cual se encuentra. Nelly y su abuelo, por su parte, aún estando a kilómetros de distancia, son acechados por Quilp quien no deja de perseguirlos en su afán de hundirlos en una desdicha aún mayor. Por último, Kit cae presa de una conspiración en su contra al negarse a darle a Daniel información sobre la huérfana y el anciano.
—¡Conque a mí no se me hace caso y Kit es el confidente! —seguía murmurando, mientras se mordía las uñas despiadadamente—. ¿Si creerán que no tengo medios de encerrar a ese buen hipócrita tras los barrotes de una cárcel? Lo primero es encontrar a los fugitivos, después veremos. ¡Aborrezco a toda esa gente virtuosa, a todos, uno por uno!
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 233).
Isabel Quilp; la esposa sumisa
En sus años de soltera, cedió a los deseos de su madre quién anhelaba ver a su única hija contraer matrimonio con un hombre adinerado como Daniel Quilp. Siendo una mujer hermosa, bondadosa y sensible, Isabel empezó a ser despreciada por su esposo poco tiempo después de celebrarse la ceremonia religiosa. A pesar de ello, siempre profesó cierto cariño por su cónyuge, incluso podría decirse que le amaba. El mero pensamiento de que alguna desgracia pudiese ocurrirle, le causaba un gran pesar. Del mismo modo, el hecho de verse abandonada por su marido en numerosas ocasiones, como ya hemos mencionado, la sumía en profundas crisis de llanto. Así, Isabel es descripta en la novela como una esposa abnegada y afectuosa, a pesar del trato hostil que recibe de su marido como agradecimiento.
—¡Deliciosa criatura! ¡Monina! ¡Rica!
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 51).
La señora Quilp sollozaba; conociendo la índole de su marido, parecía tan alarmada por estas frases de cariño, como si hubiera manifestado su furor con actos de violencia.
—¡Qué alhaja! ¡Qué tesoro! —continuó Quilp—. Vales más que un cofrecillo de oro engastado con perlas, diamantes, rubíes y toda clase de piedras preciosas. ¡Cuánto te quiero!
(…) Agachándose poco a poco, llegó a colocar su horrible cabeza entre los ojos de su mujer y el suelo, y exclamó:
—¡Señora Quilp!
—¿Qué quiere, Daniel?
—¿No soy hermoso? ¿No sería el más hermoso del mundo si tuviera patillas? ¿No soy agradable, aún como soy, a las mujeres? ¿Lo soy, señora mía: sí o no?
—Sí, Quilp; sí — respondió la pobre mujer, fascinada por sus miradas y sin poder separar su vista de los horribles gestos que hacía el enano; tales, que sólo pueden concebirse en malos sueños. Por último, no pudo menos de lanzar un grito al verle dar un salto sobre ella y decirle con ojos extraviados:
—¡Si te encuentro otra vez hablando con esas madamas, te como!
La señora Jinivier; la madre de Isabel
Defensora de los derechos de las mujeres, es testigo de cómo su hija se somete a la voluntad de Daniel Quilp, actitud que desaprueba seriamente. No obstante, ella misma debe plegarse en ciertas ocasiones a los caprichos del enano pues éste recurre con frecuencia a la violencia física para lograr sus cometidos. Las constantes ausencias de su yerno del hogar conyugal son aprovechadas por la mujer para recibir invitados y criticar a tan despreciable individuo.
—Cuando mi pobre esposo vivía —añadió la señora Jinivier—, si se hubiera atrevido a decirme una palabra más alta que la otra, le habría…
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 47).
La buena señora no terminó la frase, pero movió la cabeza con un aire tan significativo, que sustituyó perfectamente a las palabras que faltaban, y fue tan bien entendido por todas, que hubo quien agregó—: ¡Eso mismo hubiera hecho yo!
—Afortunadamente, ni usted ni yo tenemos necesidad de eso —dijo la suegra de Quilp.
—Ninguna mujer la tendría si fuera consecuente con su sexo —agregó la señora gruesa.
—¿Lo oyes, Isabel? ¿Cuántas veces no te he dicho lo mismo, pidiéndotelo casi de rodillas? —dijo la señora Jinivier a su hija
Federico Trent; el nieto del anciano y hermano de la huérfana.
Su padre, un hombre ruin, arruinó la vida de quien fuese su mujer. Ésta, tras quedar viuda, y a causa de las desgracias sufridas, falleció con pocos meses de diferencia de su marido. Federico y Nelly quedaron así a cargo de su abuelo materno. El joven, para disgusto de su hermana y de su tutor legal, dio pronto muestras de haber heredado ciertos rasgos de personalidad de su progenitor.
Siendo a duras penas un jovenzuelo, se fue de su hogar para llevar una vida disipada. Su abuelo, después de vanos intentos por encauzarlo por la senda del bien, terminó aceptando que el muchacho hiciese cuanto quisiese siempre y cuando llevase sus asuntos sin involucrarlo a él ni a la pequeña Nelly en ellos. Federico, no obstante, jamás respetó estas condiciones impuestas por su abuelo.
Nos ha interrumpido usted en un momento crítico —me dijo señalando al hombre que estaba con él—; ese perillán me asesinará un día de éstos: ya lo habría hecho si hubiera tenido valor para ello.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 37).
—¡Bah! —añadió el otro—. También usted me tragaria vivo si pudiera; eso lo sabemos todos.
—Creo que podría si lo intentara —dijo el anciano volviéndose débilmente a él—. Si pudiera deshacerme de ti con juramentos, plegarias o palabras, lo haría. ¡Qué tranquilidad tan grande el día que no te vea más!
—¡Ya lo sé; ya lo sé! — repuso el otro—. Pero a mí no me matan rezos ni palabrerías; así es que vivo, y pienso vivir mucho.
—¡Y su madre murió! —gritó el viejo apasionadamente—. ¡Ésa es la justicia del cielo!
—(…) Justicia o no justicia —dijo el joven—, aquí estoy y estaré hasta que me parezca conveniente irme, a menos que me saquen a la fuerza, lo cual estoy seguro de que no ocurrirá. ¡Quiero ver a mi hermana!
En los primeros capítulos de la novela, podemos notar cómo el joven insiste descaradamente en mantener un vínculo fraternal con su hermana en vista de sus intereses personales, pues sospecha que la niña heredará todo lo que posee el anciano. Cegado por la codicia, ha creído cuanto rumor ha escuchado al respecto de su abuelo. Los vecinos del barrio están convencidos que el dueño del Almacén de Antigüedades posee una gran fortuna que mantiene oculta quién sabe dónde. Sin embargo, las apariencias indican lo contrario. Aún así, Federico decide imponer su presencia a sus parientes para estar al tanto de sus planes. Enterándose de la noche a la mañana que tanto su hermana como su abuelo han desaparecido sin dejar rastro, acaba realizando/haciendo/estableciendo un pacto con Quilp para dar con su escondite.
Ricardo Swiviller; el amante de la cerveza, y los juegos de cartas.
En el capítulo n⁰2, este personaje es introducido en toda su gloria, desalineado y somnoliento por haber pasado la noche anterior entregándose al placer de la bebida. Tal resulta ser el amigo más cercano del joven Federico. Enamorado de Sofía Wackles, Ricardo opta por cortar cualquier tipo de relación con la muchacha tras haberse comprometido a contraer matrimonio con Nelly cuando ésta haya alcanzado los dieciséis años de edad. Si embargo, para su disgusto, es la propia Sofía quien lo abandona a él luego de aceptar la propuesta matrimonial del señor Cheggs. Debemos de decir que la señorita Wackles anhelaba convertirse en la mujer de Ricardo Swiviller, pero la indecisión de éste último no le dejó otra alternativa que aceptar al señor Cheggs como futuro esposo.
—¿Se va usted? —dijo Sofía, disgustada por el efecto contraproducente de su estratagema, pero aparentando indiferencia.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 70).
—Sí, me voy, sí. ¿Os extraña?
—No, solamente que aún es temprano —dijo Sofía—, pero usted tiene derecho a obrar según le convenga.
—¡Ojalá que hubiera hecho siempre eso! —respondió Dick—. Así no hubiera pensado en usted, señorita Wackles, creyéndola sincera. Era feliz creyendo a usted leal y buena, y ahora sufro viendo que me equivoqué y sintiendo haber conocido a una mujer de semblante tan hermoso, pero de corazón tan falso.
Sofía se mordió los labios y fingió buscar con la vista al señor Cheggs, que tomaba limonada en el otro extremo de la habitación.
—Vine aquí —continuó Ricardo, olvidando la causa real de su ida a la reunión— con el alma henchida de esperanzas y me voy con la desesperación de ver que han sido sentadas en flor
Desilusionado, el desdichado Dick encuentra consuelo en la idea de apoderarse del dinero de Nelly según lo acordado con Federico. Para su sorpresa, sus esperanzas se desvanecen cuando descubre que la huérfana ha huido con su abuelo sin revelar su paradero a nadie. Ricardo, angustiado por tantos percances, en un momento de debilidad, termina haciendo confidencias a Quilp, quien aprovecha las circunstancias para manipularlo.
—Usted ha engañado miserablemente a un pobre huérfano —dijo Swiviller solemnemente.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 133).
—¡Yo! Yo soy tu segundo padre —replicó Quilp.
—¡Usted mi padre! —exclamó Dick—. En mi sano juicio, suplico a usted que me deje solo al momento.
—¡Qué particular se ha vuelto! —dijo Quilp.
—¡Váyase, váyase! —volvió a decir Dick arrimándose a un poste y haciendo señales de despedida—. ¡Váyase usted, embustero! Algún día puede ser que sepa usted lo que es el dolor de un huérfano. ¿Se va usted o no?
Así es como Ricardo, viéndose en apuros económicos, y por recomendación de Daniel Quilp, termina aceptando un puesto como escribiente para la firma Bevis Mark. En su trato cotidiano con los hermanos Brass, los únicos socios y fundadores del bufete de abogados, Swiviller entabla amistad con la doncella de la casa. La muchacha es una joven que a duras penas ha dejado de ser una niña. Ricardo se referirá a ella como “La Marquesa”. Conforme el relato avanza, Ricardo también entabla un vínculo con Kit, preocupándose por el bienestar de su familia y acudiendo en su auxilio cuando el muchacho más lo necesita.
La Marquesa; la criada de la firma Bevis Mark
Esta jovenzuela está a cargo de la limpieza en el edificio de dos pisos que alberga el bufete de abogados de los hermanos Brass. Contratada en condiciones de esclavitud, pasa las horas ociosas del día encerrada en el sótano. De dicho encierro sale tan sólo para hacer las tareas que se le asignan, principalmente en los dormitorios o en la cocina. Por otro lado, tiene prohibido entrar en la oficina mientras limpia los pisos superiores. Sin embargo, la muchacha tiene una llave que le permite salir de su dormitorio cuando nadie puede percatarse de ello, y pasear ociosamente dentro de la casa.
En más de una ocasión, haciendo uso de esta libertad, la criada espía a Ricardo a través de la cerradura de la oficina mientras aquél se encuentra trabajando. Eventualmente, Dick se entera de este peculiar comportamiento. Sin embargo, cuando lo hace, en lugar de regañar a la doncella, le ofrece un vaso de cerveza, un plato de carne y le enseña a jugar a las cartas. Otros encuentros entre ambos se repiten de la misma forma. Semanas más tarde, la Marquesa, agradecida por el cariño que Dick le ha profesado, se entrega desinteresadamente a su cuidado mientras él está enfermo. Durante su convalecencia, ella le revela una conversación entre Samson y Sally sobre la situación legal de Kit.
—Marquesa —dijo Ricardo con voz débil—, haz el favor de acercarte y ten la bondad de decirme dónde están mi voz y mis carnes.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 303 y 304).
La Marquesa movió la cabeza y volvió a llorar.
—Todo lo que me rodea empieza a hacerme sospechar que he estado enfermo —dijo Ricardo, empezando al fin a comprender la verdad.
—Y lo ha estado usted —repuso la criatura limpiándose los ojos—; ha dicho muchísimas tonterías.
—¿He estado muy enfermo? —preguntó Dick.
—Casi muerto —murmuró la niña—. Nunca creí que se pondría usted bueno. ¡Gracias a Dios que ha sido así!
—(…) Marquesa —exclamó Ricardo —, ¿cómo está la señorita Sally?
La niña manifestó en su semblante tal expresión de sorpresa y miedo, que Dick no pudo menos de decirle:
—Pues qué, ¿hace mucho que no la ves?
—¡Verla! —exclamó la niña espantada—. ¡Si me he escapado!
Ricardo tuvo que acostarse otra vez y permaneció así cinco minutos; después, incorporándose de nuevo, preguntó:
—¿Y dónde vives, Marquesa?
—¿Dónde? Aquí.
—¡Oh! —exclamó Ricardo, sin poder añadir una palabra más y cayendo sobre el lecho como herido por una bala
Kit (Cristóbal Nubbles); el empleado del almacén.
El joven no se caracteriza precisamente por ser un muchacho apuesto, aunque sin duda es carismático.
El viejo fue a abrir y a poco volvió con Kit, que era un muchacho feo y tosco, de boca enorme, mejillas encendidas, nariz respingona y una expresión eminentemente grotesca en el semblante. Al ver a un extraño, se detuvo en la puerta y empezó a dar vueltas entre las manos a su sombrero viejo, desprovisto de todo rastro de alas, sosteniéndose ya sobre una pierna, ya sobre otra, y mirando de soslayo a la trastienda
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 32).
Al trabajar todos los días como asistente del anciano, de repente nota el extraño comportamiento que su amo comienza a mostrar. Curiosamente, a medianoche, el anciano se apresura a salir de la tienda de antigüedades sin motivo aparente para volver horas más tarde. La pequeña Nelly debe entonces asegurar la puerta de la tienda con cerrojo y quedarse sola toda la noche. Dadas las circunstancias, Kit decide garantizar la seguridad de la niña merodeando por las cercanías de la humilde morada hasta estar seguro que la pequeña se ha retirado a su cuarto a dormir.
—¿Qué diría la señorita si supiera que todas las noches, cuando se cree sola sentada junto a la ventana, tú estás vigilando en la calle y que jamás vuelves a casa, por cansado que estés, hasta que tienes la certeza de que ha cerrado la casa y se ha acostado tranquilamente?
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 79 y 80).
—No importa lo que dijera —dijo Kit, ruborizándose—. Como nunca lo sabrá, no podrá decir nada.
— (…) Ya sé lo que alguna gente diría.
—¡Tonterías! — repuso Kit, suponiendo lo que iba a decir su madre.
—Tengo la seguridad de que alguien diría que estabas enamorado de ella
Lamentablemente, el anciano termina despidiendo al joven por un malentendido. Además, luego de dicho incidente, Cristóbal tiene prohibido volver a hablar con su antiguo amo o con la nieta de éste. A pesar de estos hechos, Cristóbal insiste en su deseo de ofrecerle a Nelly alojamiento en su casa tras enterarse que tanto ella como su abuelo tienen prisa por encontrar un nuevo lugar para vivir. Mientras tanto, el joven se encuentra en la apremiante situación de conseguir otro trabajo. Una ocasión particular cambia la suerte de Cristóbal en este sentido. Los Garland, una familia adinerada, se reúnen una tarde en la oficina del Sr. Witherden para celebrar el éxito de Abel, el único hijo de la pareja, mientras el pobre muchacho se encuentra vagando por las calles. Encantados con los modales de Cristóbal, y tras varias entrevistas con el susodicho para comprobar su honradez y otras cualidades, el señor y la señora Garland deciden contratarlo para que se ocupe de ciertas tareas menores tanto en la mansión como en el establo y el jardín que poseen.
La señora Nubbles; la madre de Kit
Dejando a un lado a Cristóbal, la mujer también es madre de otros dos niños; un bebé de pecho, y un niño pequeño. Habiendo enviudado recientemente, y sin más remedio que criar sola a sus hijos, trabaja día y noche para cubrir los gastos del hogar. Íntima conocida de Nelly y su abuelo, experimenta un gran disgusto cuando se entera que se han marchado del vecindario. Sin embargo, oculta su dolor para consolar a su hijo mayor, quien está devastado por la partida de sus amos.
—¡Chist! —dijo luego—. Sal conmigo, que tengo que decirte una cosa.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 206 y 207).
—¿Dónde estoy? —preguntó la madre.
—En está bendita iglesia —respondió Kit con mimo.
—Bendita. Verdaderamente no sabes cuán bien me siento estando aquí.
—Sí, madre, ya lo sé; pero vámonos sin meter ruido.
—¡Detente, Satanás, detente! —gritaba el predicador precisamente cuando Kit quería salir.
—¿Ves cómo el sacerdote dice que te detengas? —dijo la madre.
—Detente —seguía gritando el cura—, no tientes a la mujer para que te siga! Lleva en el brazo una tierna ovejuela…
La familia Garland; los protectores de Kit
El Sr. y la Sra. Garland, siendo una pareja de edad avanzada, tuvieron la suerte de concebir a su único hijo, Abel, mientras aún podían hacerlo. En el momento en que se narran los acontecimientos de la novela, el heredero de la fortuna de los Garland ya es un hombre adulto.
El Sr. y la Sra. Garland conocen a Cristóbal el día que asisten a una fiesta en la casa del Sr. Witherden. Mientras brindan con éste amigo, Cristóbal se queda a cargo del carruaje del matrimonio. El Sr. y la Sra. Garland, en dicha ocasión, quedan tan complacidos con los modales del joven que deciden contratarlo como sirviente. Con el paso de las semanas, todos los miembros de la familia, siendo humildes y generosos, se encariñan con Cristóbal. Así, los Garland acaban convirtiéndose en una familia adoptiva para el joven.
—Mira, Cristóbal, éste es un asunto que interesa mucho y debes pensarlo —continuó el señor Garland—. Ese caballero puede darte más suelo que yo. No creo que te trate con más cariño y confianza, no, seguramente no; pero sí que pague mejor tus servicios.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 202 y 203).
—Bueno —repuso Kit—, ¿qué importa eso?
—Dejame continuar —repuso el anciano —, no es eso todo. Ese caballero sabe que fuiste un criado fiel cuando servías a tus últimos amos, y si, como es su deseo, llega a encontrarlos, seguramente tendrás tu recompensa. Además, tendrás así el placer de reunirte con quiénes tanto quieres. Tienes que considerarlo todo, Kit, y no tomar ninguna decisión sin pensarlo bien.
—(…) Ese señor no tiene derecho alguno para creer que yo voy a dejar a mis señores por irme con él. ¿Cree que soy tonto?
—Tal vez lo creerá más si rehúsas su oferta, Cristóbal —repuso gravemente el señor Garland
Bárbara; empleada doméstica de la familia Garland
Se enamora de Cristóbal al poco tiempo de verlo por primera vez. Siendo una joven tímida y reservada, mantiene en secreto su amor por el sirviente. Sin embargo, logra entablar una estrecha amistad con el joven. Tal resulta ser el caso que sus respectivas madres se vuelven también íntimas amigas; así comienzan a reunirse para asistir a diferentes eventos públicos. Cristóbal, por su parte, aún deseando encontrar a la dueña de la Tienda de Antigüedades, ni siquiera se percata de los sentimientos que Bárbara siente por él.
…en medio del interés que el circo despertaba en ella con los diversos espectáculos que se ofrecían a su vista y que tan pronto la hacían reír como quedarse suspensa, no podía alejar de su mente a la niña.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 200 y 201).
—Esa Nelly, ¿es tan bonita como la señora que salta las cintas?
—¿Tanto como ésa? —dijo Kit—. ¡Es doble bonita!
—¡Ay, Cristóbal! Yo creo que esa señora es la criatura más hermosa del mundo —dijo Bárbara.
—¡Qué tontuna! —observó Kit—. Es bonita, no lo niego, pero recuerda lo pintada y compuesta que está. Tú eres mucho más bonita que ella, Bárbara.
—¡Cristóbal! —dijo Bárbara ruborizándose.
—Sí, hija mía, y lo mismo tu madre
Los hermanos Brass; los dueños de Bevis Mark
Mientras que Sansón Brass es bien conocido por doblegarse a la voluntad de cualquier persona con influencia política y riqueza, su hermana Sally, por otro lado, es una mujer inflexible, mucho más hábil e intuitiva que su hermano cuando se trata de negocios.
—¿Vas concluyendo, Samy? —en los dulces y femeninos labios de Sally, Sansón se convertía en Samy, y todas las cosas adquirían una expresión suave.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 173 y 174).
—No —respondió su hermano—, si me hubieras ayudado a tiempo, ya estaría hecho.
—¿De veras? —añadió Sally— ¿Necesitas mi ayuda? ¿Pues no dice que vas a tomar un escribiente?
—Voy a tomarlo, porque quiero; para darme gusto, provocativa pécora —dijo Brass poniéndose la pluma en los labios y mirando a su hermana con rencor—. ¿Por qué me fastidias tanto con el escribiente?
—(…) Lo que digo es que, si fuéramos a tomar escribientes porque los clientes lo desean, podíamos cerrar la oficina y dejar el oficio —dijo la señorita, que en nada hallaba más placer que en irritar a su hermano.
—¿Tenemos muchos clientes como el que lo desea? ¡Contéstame! —repuso Brass.
—Mira —prosiguió, viendo que su hermana guardaba silencio—, mira el registro de facturas; señor Daniel Quilp; señor Daniel Quilp; señor Daniel Quilp por todas partes —añadió repasando las hojas—. ¿Puedo rehusar al escribiente que me proporciona diciéndome: «éste es el hombre que usted necesita», y perder al cliente?
Charles Dickens hace una detallada descripción de su aspecto físico, en la que se destaca el sarcasmo del escritor. Como la Srta. Brass no ha sido bendecida con un rostro hermoso o una silueta femenina, el lector ya puede imaginar la cantidad de pretendientes que tendría. Sin embargo, no debe suponerse que esto fuese motivo de angustia para la Srta. Brass, quien, por su parte, nunca ha estado interesada en despertar la admiración de los caballeros. Curiosamente, al ser presentada a Richard Swiviller, Sally comienza a sentir una cierta inclinación romántica por el joven, o eso pueden deducir los lectores.
Dejemos a Sally disfrutar de la compañía de Ricardo y, una vez más, dirijamos nuestra atención a Sansón Brass, de quien Daniel Quilp abusa constantemente. Atormentado por la idea de perder a este estimado cliente, el Sr. Brass se involucra en asuntos un tanto incómodos con tal de satisfacer los caprichos de Quilp. Algunos de ellos implican dolor físico. Así, Sansón debe tolerar que su cliente fume delante de él durante sus reuniones, e incluso le obligue a fumar a pesar de saber perfectamente que el humo del tabaco le provoca náuseas; o debe asistir a un almuerzo en un restaurante cuyo ambiente húmedo agrava su cuadro gripal; o se encuentra en el aprieto de beber un licor hirviendo que le quema los labios y la lengua; o tiene que atravesar un terreno irregular en la oscuridad de la noche, tropezando repetidamente con piedras y cayendo al suelo.
—¿No quiere usted pasar la noche? —dijo Quilp—. Me alegraría de tener un compañero tan agradable.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 297).
—No puedo, señor —dijo Brass, que se ahogaba en aquella densa atmósfera—. Si fuera usted tan amable que me prestara una luz para ver por dónde voy a cruzar patio…
—Seguramente —dijo Quilp saltando de su hamaca y tomando una linterna, que era la única luz que alumbraba aquella estancia—. Tenga usted cuidado por dónde pisa, querido amigo, porque hay muchos clavos de punta. Por allí hay un perro que anoche mordió a un hombre y antenoche, a una mujer; el jueves pasado mató a un niño, pero fue jugando. No se acerque usted a él.
—¿A qué lado está? —dijo Brass lleno de espanto.
—A la derecha, pero algunas veces se esconde a la izquierda esperando su presa. No puede asegurarse nunca dónde anda. Cuídese usted, que no le perdonaré nunca si le ocurre algo. ¡Se apagó la luz, pero no importa; usted sabe bien el camino, que es todo seguido!
El caballero misterioso; el inquilino de los hermanos Brass
Una tarde, mientras Ricardo Swiviller está solo en la oficina, un hombre desconocido irrumpe en la casa dirigiéndose al segundo piso donde hay una habitación puesta en alquiler. Atendiendo a las súplicas dramáticas de la criada, Ricardo le enseña el cuarto al caballero comentándole los detalles pertinentes, y, entre ellos, los servicios incluidos con el pago de la renta. Asimismo, aprovecha la ocasión para taimar al desconocido aumentando el monto de la misma a una libra a la semana en vez de los dieciocho chelines estipulados por el señor Brass. El caballero acepta ésta y cada una de las condiciones impuestas por Dick, tras lo cual se instala en la habitación, recostándose en la cama para descansar, no sin antes ordenar a su interlocutor que nadie lo importune hasta que él solicite la presencia de la criada.
Para sorpresa de Sally, Sansón y el propio Dick, el caballero en cuestión continúa en sueño profundo más de veinticuatro horas después de su llegada. Alarmados, los tres personajes suben al segundo piso y se sitúan detrás de la puerta de la habitación del inquilino, prestando especial atención a cualquier sonido que pueda proceder del interior. Sin embargo, al no escuchar nada, comienzan a golpear las paredes para despertar al huésped. El susodicho, enfurecido por este alboroto, sale intempestivamente y arremete contra Ricardo quien trata de apaciguar sus ánimos.
Comprendiendo el caballero la preocupación que ha generado con su conducta, le pide a Dick que entre en su dormitorio. Luego, le ofrece un aperitivo y tiene un breve diálogo con él. Tras aclarar algunos asuntos, el misterioso invitado escolta abruptamente al joven fuera de su habitación.
—El amo de esta casa es un curial, ¿verdad? —preguntó de pronto.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 184).
Ricardo asintió con un movimiento de cabeza.
—¿Y la señora, qué es?
—Un dragón —murmuró Dick.
El caballero no manifestó sorpresa y volvió a preguntar:
—¿Mujer o hermana?
—Hermana —añadió Ricardo.
—Tanto mejor; así puede desprenderse de ella cuando quiera.
Después de un rato de silencio, el caballero prosiguió:
—Quiero obrar a mi antojo; acostarme cuando quiera, levantarme cuando me acomode y entrar y salir cuando me plazca: que no me pregunten ni me espíen. En eso las criadas son el demonio; aquí sólo hay una.
—Y muy pequeña, por cierto —agregó Dick.
—Por eso me conviene la casa —prosiguió el huésped—: quiero que sepan cómo pienso. Si me molestan, perderán un buen huésped. ¡Buenos días!
Un peculiar suceso revela a los lectores el interés de este individuo por dar con el paradero de la huérfana y el anciano. Después de una actuación de marionetas frente al bufete de abogados de los hermanos Brass, el hombre invita a los artistas callejeros a tomar unos tragos. La conversación entre los tres sujetos desemboca en una serie de reproches que los titiriteros se dirigen unos a otros. El caballero, repentinamente interesado en este giro inesperado de la charla, interroga a los dos individuos. Sin embargo, al principio, no obtiene mucha información sobre los fugitivos.
Poco después de estos inconvenientes, el huésped de Bevis Mark visita al Sr. Witherden, íntimo amigo de los Garland. Luego de presentarse debidamente, permanece en el estudio del notario unos minutos hasta que ve a Abel entrar en el despacho. El caballero le pide cordialmente al heredero de la fortuna de los Garland que solicite la presencia de Kit en su nombre, ya que desea hablar con el muchacho. Cuando Cristóbal es introducido al misterioso individuo, a quien nunca ha visto en su vida, se entera que está tras la pista de Nelly y su abuelo.
—Cristobal, he encontrado a tus amos —le dijo el caballero apenas entró.
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 204).
—¿Dónde están, señor? —preguntó Kit con los ojos húmedos y brillantes de alegría—. ¿Cómo están? ¿Están lejos de aquí?
—Muy lejos —repuso el caballero moviendo la cabeza—, pero me voy esta noche para traerlos y quiero que tú vengas conmigo.
—¿Yo, señor? —exclamó Kit lleno de sorpresa y alegría.
—El lugar donde me ha dicho el hombre de los perros que los vio está a unas quince leguas de distancia, ¿no es eso? —dijo mirando al notario como interrogándole
Nelly Trent; la huérfana
Poco después de la muerte de su madre, la niña debió comenzar a trabajar en el almacén de antigüedades junto con su abuelo para ganarse la vida. Por lo tanto, se vio privada de experimentar los más tiernos placeres de la infancia desde temprana edad. Sin tener la oportunidad de socializar con otros niños de su edad, pronto se acostumbró a relacionarse exclusivamente con adultos y, por tanto, a actuar como si fuese uno de ellos.
Después que Daniel Quilp toma posesión de todo cuanto posee su tutor legal, y sin tener ningún lugar adónde ir, la niña abandona el barrio donde siempre ha vivido. El destino no traería grandes alegrías a la pequeña Nelly después de estos desafortunados eventos. Sin embargo, algunos personajes la consolarían con gestos de bondad.
Una de ellas es Eduarda, una educanda pobre y huérfana. Nelly no llega nunca a establecer un vínculo con la muchacha, ni siquiera a intercambiar unas pocas palabras. Aún así, acaba por enterarse de algunos detalles de la vida privada de la joven. De esta manera, comienza a espiarla tanto a ella como a su hermana durante los paseos que dan por la ciudad.
…iba a donde creía encontrar a las dos hermanas; a cierta distancia las seguía si paseaban y se sentaba si ellas lo hacían, deleitándose sólo con la idea de estar tan cerca de ellas. (…) Producto de su imaginación excitada, sentía un consuelo tan grande como si les confiara sus penas y obtuviera de ellas las caricias que anhelaba su atribulado corazón
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 171).
Otro personaje es el maestro de escuela, un hombre que se preocupa por velar por su bienestar y el del anciano, ofreciéndoles alojamiento después de un agotador viaje. Después de este suceso, encuentra a la niña perdida en un camino sinuoso, y acude en su ayuda cuando está a punto de desfallecer.
—Si el viaje que tienen ustedes que hacer es largo —añadió—, y no les importa tardar un día más, pueden pasar la otra noche aquí. Realmente tendría un placer en ello, buen amigo. (…) Si quiere usted ser caritativo con un hombre solitario y descansar al mismo tiempo, deme ese gusto; pero si su viaje apremia, prosigalo con felicidad: yo mismo iré con ustedes parte del camino antes de empezar las clases
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 142).
Por último, pero no menos importante, el dueño de una rústica metalistería los invita a su hogar para resguardarlos del clima luego de encontrarlos a la merced de las inclemencias de una intensa tormenta.
—Está encendido desde que nací, toda la noche la pasamos pensando y hablando juntos. (…) El fuego me recuerda toda mi vida. Estaba exactamente igual cuando yo era niño y rondaba por aquí hasta que dormía. Aquí murió mi padre, le vi caer ahí, precisamente donde arden esas cenizas. Cuando los encontré a ustedes está noche en la calle, me acordé de mí mismo tal como yo era cuando mi padre murió y quedé sólo, porque mi madre había muerto al nacer yo y eso fue lo que me inspiró la idea de que vinieran aquí
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 219).
El abuelo; el tutor de Nelly y dueño del almacén
En su juventud, se casó con una mujer encantadora y hermosa. No muchos años después de producirse dicho enlace, falleció su esposa. Con un profundo dolor, tuvo que encargarse de criar a su única hija, la cual era idéntica a su madre tanto en apariencia física como en rasgos de personalidad. Cuando la susodicha se convirtió en mujer, unió su vida a la de un hombre ruin y miserable con quien tuvo dos hijos; un niño y una niña. Los padres de estas criaturas murieron con meses de diferencia. El anciano, siendo el único familiar con quién estos niños contaban, cuidó de ellos con esmero y les proveyó de todo aquello que pudiesen necesitar en la medida en que sus ingresos se lo permitían por aquel entonces.
Su nieta presentaba el mismo parecido que alguna vez había lucido su hija con respecto a su esposa. Su nieto, en cambio, comenzó a parecerse cada día más a su difunto padre. Cuando el muchacho abandonó la residencia familiar, el anciano se dedicó por completo a la pequeña.
El viudo jamás fue hombre capaz de ahorrar ni un solo céntimo para dejar a su nieta una herencia que le garantizase un mejor porvenir. A causa de ello, y ante el creciente temor de dejar a la niña en la calle, se entregó con frenesí al vicio del juego para hacer fortuna. El desdichado tampoco pudo jamás ganar ni una sola partida de cartas.
El relato empieza a raíz de estos eventos. Tras perder el escaso dinero que posee, el anciano pide numerosos préstamos al malvado Quilp, endeudándose al punto de perder su casa, y con ella el almacén de antigüedades. Este no será ni siquiera el peor de los males que habrá de sufrir de ahí en más, pues se verá aquejado de un estado demencial que se irá agravando paulatinamente. Obsesionado con las apuestas, incluso se volverá violento con su nieta, exigiendo las pocas monedas que lleva consigo en un bolsillo de su vestido.
—Sé testigo, hija mía, de que yo siempre dije que la suerte viene al fin; yo lo sabía, lo soñaba, sentía que tenía que ser así. ¿Qué dinero tienes, Nelly? ¡Dámelo?
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 159 y 160).
—No, no, abuelo; deja que lo guarde —dijo asustada la niña—. Vámonos de aquí. ¿Qué importa la lluvia? ¡Vámonos, por favor!
—¡Dámelo, te digo! —repitió el viejo iracundo—. No llores, Nelly, no he querido disgustarte. Lo quiero por tu bien. Te he causado mucho daño, pero voy a darte la felicidad. ¿Dónde está el dinero? Tú tenías ayer algunas monedas.
—No te lo doy, abuelo, no te lo doy. Antes lo tiro que dártelo pero es mejor que lo guarde os. ¡Vámonos, vámonos de aquí!
—¡Dame ese dinero! —volvió a repetir el viejo con insistencia—. ¡Lo quiero!
Su personalidad también se tornará cada vez más paranoica, viéndose atormentado por alucinaciones. Tristemente, su existencia se extinguirá lentamente de esta manera, sumergido en un estado de alienación del que ningún médico podrá salvarlo.
—¡Conspiran juntos para que aparte mi corazón y mi afecto de ella! ¡No, no lo conseguirán mientras me quedé un soplo de vida!¡No tengo parientes ni amigos, ni los tuve, ni los tendré! ¡Sólo la tengo a ella, a mi niña, y nadie puede separarnos!
(Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens; Edimat Libros, S.A; página 336).
Semejanzas con otros autores:
1) Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll:
a.“Un té de Locos”:
Uno de los tantos capítulos del cuento de Carroll se titula de esta manera. Durante el transcurso del mismo, Alicia merienda con El Sombrerero, La Libre, y El Lirón, todos personajes recurrentes de la obra. Curiosamente, hayamos un episodio similar en la segunda parte del Almacén de Antigüedades. El capítulo n⁰16 de la novela de Dickens, titulado “Sospechas”, en el cual Ricardo Swiviller y la Marquesa toman un aperitivo y juegan una partida de póker, guarda un cierto parecido con el de Alicia en el País de las Maravillas, aunque su naturaleza sea completamente distinta. En definitiva, si se compara ambas situaciones, los personajes de una y otra escena no dejan de hacer las mismas acciones; compartir una comida liviana por la tarde y entretenerse con algún pasatiempo de manera disparatada.
b. “Descenso por la Madriguera”:
También en el mismo capítulo en el cual Ricardo Swiviller y la Marquesa bajan al sótano para hacerse mutua compañía, hay elementos que recuerdan al primer capítulo de Alicia en el País de las Maravillas. Recordemos que en dicho capítulo Alicia se encuentra en una sala subterránea, paradójicamente repletas de puertas, de la cual no puede salir. En un momento determinado, Alicia consigue abrir uno de dichos portones y así descubre un hermoso jardín que está a tan sólo unos metros de distancia. Sin embargo, debido a que Alicia no cabe por la puerta, no puede dirigirse hacia aquél.
Cuando la Marquesa espía a Ricardo Swiviller a través de cerradura de la puerta del estudio jurídico, el punto de atención está puesto, precisamente, en las llaves, los cerrojos, y en aquello que se encuentra más allá de las entradas y salidas de las habitaciones, al igual que sucede en el cuento de Lewis Carroll. Asimismo, es menester mencionar que la descripción de este episodio es efectuada de manera tan peculiar que evoca, de alguna manera, el estilo narrativo del autor de Alicia en el país de las Maravillas.
2) El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas (padre):
a. “La isla de Tiboulen”:
Nelly y su abuelo no solo huyen de Quilp al burlar su vigilancia y abandonar la ciudad, sino que escapan en otras dos oportunidades de ciertos sujetos que pretenden perjudicarles. Sin embargo, sólo una de éstas resulta ser la más crítica a causa de las circunstancias que los obligan a ello y a raíz de las dificultades que deben vencer para conseguirlo. Las mismas se detallan en los capítulos n⁰6 y n⁰7 de la segunda parte de la obra de Dickens, bajo el título “Por agua” y “Por tierra y por fuego”, respectivamente.
En la novela de Alejandro Dumas, el protagonista experimenta una situación similar cuando logra escapar de la cárcel. Aunque también en este caso la obra de uno y otro autor son, en rigor, de una naturaleza diferente, las numerosas páginas del Almacén de Antigüedades en las que se describe este dramático episodio, recuerdan a aquellos pasajes del Conde de Montecristo como si de un eco débil se tratase.
b. “El Suicidio”:
Otra similitud es la forma en la cual Dickens elabora el capítulo n⁰24. En dicho capítulo se relata el trágico desenlace de uno de los personajes de la novela haciendo uso del mismo estilo narrativo que caracteriza a la pluma de Dumas en la obra a la cual nos estamos refiriendo. Precisamente, en El Conde de Montecristo, tiene lugar un acontecimiento similar que el escritor francés titula tan descriptivamente como Dickens con respecto al suyo. Recordemos que Dickens ha decidido coronar el capítulo nº24 con el título “¡Abogado!”.
Crítica:
▪¿Qué fue de la vida de Federico Trent?
En el capítulo n⁰2, este personaje es introducido a los lectores como un actor determinante para la trama de la novela. Sin embargo, es prácticamente eliminado de la misma en la segunda parte de la obra ya que a duras penas vuelve a ser mencionado en los capítulos restantes. Este inesperado giro en el relato no respeta el esquema inicialmente trazado para su elaboración.
▪La insólita aparición de Daniel Quilp en la feria de variedades.
En el capítulo n⁰24, el horroroso enano aparece inesperadamente en las cercanías de un pueblo, vestido como un saltimbanqui. En dicho lugar, y en ese preciso instante, Nelly y su abuelo se encuentran en una camioneta con la señora Jarley, resguardándose del frío de la noche.
Daniel Quilp no está solo. Un joven, cargando un baúl, le sigue apresuradamente mientras el prestamista acelera el paso para llegar a la carretera y tomar el último coche que se dirige a Londres. El motivo por el cual Daniel Quilp pasea por dicho pueblo en esa ocasión nunca se revela a los lectores; ni se hace mención alguna al respecto en las páginas restantes del libro. El autor siembra una incógnita para crear una atmósfera de misterio, más lo hace sin ningún razonamiento lógico que respalde este proceder.
▪Dos protagonistas un tanto insustanciales
Tanto Nelly como su abuelo resultan ser los únicos personajes cuya psicología no ha sido desarrollada en profundidad. Por tanto, la personalidad de uno y otro no tiene aspectos a destacar. Las páginas destinadas exclusivamente a describir su extenuante recorrido por diferentes ciudades, y pueblos, hasta llegar a aquel que será su última morada, no incentivan a continuar con la lectura. Sin embargo, Dickens ha contribuido a despertar el interés de los lectores a través de estos personajes en dos aspectos; al referirse al anciano como a un ludópata, y al resaltar la peculiar obsesión de la niña por todo lo relacionado con la muerte. Aún así, ninguna de estas cuestiones es abordada de manera apropiada para que estos individuos puedan ser considerados trascendentales por sí mismos.
Conclusión:
El Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens, es una obra interesante de ser leída gracias a aquellos pasajes en los cuales los protagonistas no son el eje central de la narración, o al menos no los únicos personajes que intervienen en escena. Las circunstancias y situaciones que deben sobrellevar los personajes secundarios constituyen la mayor riqueza de la novela del escritor inglés.