Reseña elaborada por Eleonor Nolan,
6 de Julio, 2020.

Sinopsis:
·Introducción: Matrimonios fallidos
La novela cuenta con dos personajes principales, Philippe de Marcenat e Isabelle de Cheverny, siendo sólo el primero quien aparece en forma constante durante todo el relato.
La historia se centra en la vida amorosa de ambos personajes estando la obra dividida en dos partes; la primera relatada por el personaje de Philippe y la segunda relatada desde la perspectiva de Isabelle. Cada relato viene a ser un escrito que evoca la estructura característica de un diario íntimo; sin embargo, no se encuentran los sucesos catalogados por fecha sino separados entre sí por capítulos y, además, la redacción de los mismos data, en el primer caso, de años después de lo acontecido, y, en el segundo, de tres meses después.
Si bien en la novela no acontecen hechos de violencia, los personajes experimentan sentimientos intensos de celos, envidia, desconfianza, traición, angustia y depresión que los llevan, por lo menos a uno de los dos, al borde del delirio.
En éste apartado tan sólo diremos que en la primer sección Philippe de Marcenat nos revela las intimidades de su matrimonio con Odile Malet hasta que su separación de ella es irremediable; luego, en la segunda, Isabelle de Cheverny nos introduce en su vida en común con el propio Philippe hasta que también su relación acaba.
A continuación podrán encontrar con más exactitud las líneas conceptuales que sigue la novela.
·Parte Primera: Philippe de Marcenat y Odile Malet
La prima de Philippe, Renée, tendría razón cuando ya avanzado el relato definiera a éste como un ser obsesionado desde la infancia con un ideal del amor que había inventado para sí mismo. Siendo como su padre un amante de los libros, encontraría en ellos la figura de una mujer que debería ser «frágil, desgraciada, frívola y, sin embargo, inteligente»(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 138); una princesa necesitada de socorro, cándida y dulce que se dejara rescatar y premiase a sus héroes con su incondicional cariño y presencia. Denise Aubry fue la primer mujer en quien Philippe encarnó este ideal siendo todavía un chiquillo. Aquel primer roce con el amor dejó marcas imborrables.
Pero… ¿Qué ocurrió con aquella muchacha que era mayor que él por unos años? Sucedió que una noche, estando Denise tirada en el pasto, y Philippe cerca de ella tomándole con su mano el tobillo, conformándose con aquella migaja de afecto, escuchó éste una conversación entre aquella y un amante. Este hecho causó una herida en su corazón, y tras esta desilusión amorosa las mujeres pasaron a ser, por despecho, un mero cuerpo para obtener placer carnal y a las cuales descartar una vez saciada su sed. Tiempo más tarde, ya siendo un hombre, se volvería a encontrar con Denise y concretaría aquella aventura romántica que no había podido tener cuando aún era demasiado joven. De esta manera se vengaría del sufrimiento que ésta le había generado menospreciando, por su parte, el amor que entonces se le ofrecería.
Philippe conoce, luego de estos episodios, a su primer mujer, Odile Malet, en el invierno de 1909 durante una estadía en Florencia, Italia; y allí encuentra las condiciones propicias para permitirse amar devotamente a una muchacha que en nada se diferenciaba de las anteriores. Se comprometieron a las pocas semanas y se casaron unos meses después. Ninguna de las familias estuvo de acuerdo con el enlace. Ambas encontraban a los parientes de la ajena inadecuados para unirse a la propia; en un caso por su excesiva liviandad en los modales y su imprudente manera de conducirse en la vida; en el otro por su excesiva rigurosidad.
Al poco tiempo de celebrada la boda, la existencia de Philippe se convirtió en un suplicio a raíz de la promiscuidad moral de su esposa. Rodeada de hombres, odiada por las mujeres, sería foco de constantes cumplidos e invitaciones por parte de los primeros, y comentarios despectivos por parte de las segundas. Incluso su mejor amiga de la infancia, Misa, llegaría a hablar mal de ella y a ejecutar una doble traición convirtiéndose en amante de Philippe y revelándole a éste lo que ya sospechaba; su preciosa Odile también tenía un amante.
El primer matrimonio de Philippe acabaría en divorcio por pedido de su mujer. A menos de dos años de su separación, ésta se casaría con el hombre con el cual habría engañado a su marido.
·Parte Segunda: Isabelle de Cheverny y Philippe de Marcenat
Así como Philippe escribe su relato, temporalmente hablando, cuando ya ha perdido el amor de su primer mujer, Isabelle también escribe el suyo cuando ha perdido el de su segundo marido.
Isabelle conoció a su primer esposo, Jean de Cheverny, cuando se desempeñó como enfermera voluntaria en un hospital de sangre durante la primera guerra mundial. Su convivencia marital duró cuatro días, luego Jean se reincorporó a su regimiento y encontró la muerte en 1916.
La directora de aquel hospital de sangre en París era Renée de Marcenat; ella tomó a Isabelle bajo su tutela por sus habilidades en la materia. En su trato con Renée, Isabelle empezó a escuchar comentarios sobre Philippe y tuvo la oportunidad de verlo por primera vez en la casa de la Baronesa de Choin. Renée, Isabelle y Philippe desarrollaron un vínculo de amistad como resultado de esa noche. A partir de ahí, el pequeño grupo salió en diversas ocasiones para apreciar conciertos y compartir cenas y paseos.
Tiempo después, Philippe e Isabelle empezaron a verse a solas lo que dio pie a un noviazgo informal hasta que aquel le pidió matrimonio. Isabelle estuvo demasiado deslumbrada al principio de su relación con Philippe por las cualidades que éste ostentaba como para ser consciente de la personalidad crítica e irónica que le caracterizaba; pero tras los primeros meses de vida en común en París sería más notoria la dureza con la que habría de juzgar cada aspecto de una situación y cada pensamiento de un individuo según criterios un tanto tajantes.
Más allá de esta actitud por parte de su segundo esposo, lo que conduciría a Isabelle a la desgracia sería el estilo de vida que éste habría de llevar: cenas constantes en casas de personas que poco conocería o cuyo trato resultaría superficial; salidas a solas con otras mujeres; cambios inesperados en su horarios de trabajo. Isabelle sería incapaz de dos cosas; de adaptarse a aquella vida en sociedad que Philippe tanto parecía anhelar, y de tolerar su amistad con otras señoras.
Mas tarde que temprano, no podría evitar que el desenlace se produjese. Philippe concentraría todos sus recursos en cortejar a una de aquellas damas y se enamoraría de ella. ¿A caso fueron amantes? Lo más probable es que no lo hayan sido dadas las características de la mujer a quien deseaba. No obstante, la implicación sentimental existió y fue lo que destrozó a Isabelle. Ni siquiera el hijo que ella le daría sería suficiente para retener a su marido a su lado.
Aquella unión, en la que Isabelle debía acatar los deseos de su marido y guardarse de cuestionar sus desplantes, tendría también su fin como lo tuvo la descrita en la primer parte de la novela; no obstante, concluiría de una forma diferente. Aquel hombre cobarde que precisaba de los cuidados de una mujer débil sucumbiría.
Análisis de la Obra:
El análisis de la obra, por su complejidad, nos lleva en forma simultánea e indirecta a un estudio de los personajes. Por lo tanto, al querer entrar en detalle en los distintos pormenores estaremos adentrándonos en la forma de pensar y de sentir de cada uno de ellos. Habiendo expresado lo anterior, damos paso al estudio de la novela.
·Denise Aubry como punto de inflexión:
Cómo es fácil de deducir, el personaje de Philippe, tiene una relevancia a destacar por encontrarse presente en ambos relatos; en el primero como protagonista y el segundo como actor secundario. Resulta, entonces, fundamental analizar los dos episodios de mayor peso de Denise Aubry para entender por qué un muchacho que podría haber permanecido su vida entera con una inclinación sana hacia el romanticismo terminó convirtiéndose en un cínico y en un ser con una necesidad de tener a su lado a alguien a quien pudiese apresar entre sus manos.
a) Episodio Uno; la arrogancia de Denise.
Cuando llegó el verano, la veía con mayor facilidad en el campo de tenis. Una tarde, bajo un tiempo espléndido, varias jóvenes parejas decidieron cenar allí. La señora Aubry, que sabía muy bien que la amaba, me rogó que me quedase. La cena fue muy alegre. Anocheció; yo estaba tendido sobre el césped a los pies de Denise, mi mano encontró su tobillo que estreché dulcemente sin que ella protestara. Tras de nosotros había unas matas de jeringuilla, cuyo penetrante aroma me parece percibir aún. Veía las estrellas a través de las ramas. Fue un momento de felicidad perfecta. Cuando la oscuridad se hizo más densa, advertí, deslizándose hacia Denise, a un muchacho de veintitrés años, un abogado célebre en Limoges por su ingenio, y a pesar mío, pude oír la conversación que mantuvieron en voz baja. Él le rogó que se encontraran en París, en un lugar cuya dirección le facilitó.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, páginas 17 y 18).
Ella murmuro:
-Cállate. Pero comprendí que iría. Mi mano no dejó su tobillo que ella abandonó feliz e indiferente, pero me sentí herido y concebí pronto un desprecio salvaje a las mujeres.
He aquí el origen del mal. Su sensibilidad herida lo transformó en un libertino. ¿Con qué motivo? Sentirse un hombre; lo que para él significaba ejercer su superioridad como tal, tanto intelectual como físicamente.
b) Episodio Dos; Denise, la amante devota.
Durante el invierno de los últimos meses del año 1906 y principios de 1907 aquella mujer se convirtió en su querida para ser humillada con el mismo desdén con que ella lo desestimó. Cada detalle que en ella había amado, vistos con otra lupa, se convirtieron en defectos imperdonables que le hicieron sentir repulsión por su sola presencia.
Vivía para mis libros y no concebía que se pudiera vivir de una manera distinta a la mía. Me pidió que le prestara obras de Gide, de Barrès y Claudel, de quienes tanto le había hablado; pero lo que me dijo después me desagradó. Tenía un cuerpo marravilloso, y la deseaba violentamente en cuanto regresaba a Limoges. No obstante, cuando pasaba dos horas en su compañía, me asaltaban deseos de morir, desaparecer o hablar con un amigo.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 12).
Lo que antes fue considerado candor, fue tomado como falta de claridad mental; lo que supo ser sensual en sus modales, fue considerado como una conducta caprichosa para obtener atención; lo que había sido bello y delicado en sus rasgos, resultó ser vulgar. Era necesario despreciar las características que antes lo habían enamorado para evitar caer en la ruina.
·El amor de Renée de Marcenat por su primo:
Cuando Philippe se divorció de su primer mujer, Odile Malet, encontró en su Renée una compañía con la cual distraerse de sus pesares y a quién hacer confidencias. Renée era hija del hermano de su padre, se dedicaba a la medicina y era de público conocimiento que no deseaba casarse. Por otro lado, era el único miembro de su familiar que poseía una conducta reservaba y que nunca había emitido juicio alguno sobre su fallido enlace matrimonial. Las charlas que podía entablar con Renée eran de sumo interés para él; las ciencias eran uno de los tema de conversación que más deleite le producía. Así, se entabló entre ellos una solida amistad; pero Renée deseaba en el fondo profundizar sus relaciones y volverlas más íntimas.
¿Cuántos años duró aquella situación? Tal vez dos, o tres. Lamentablemente Renée se vio obligada a alejarse de Philippe ya que él la rechazó. Renée finalmente olvidó a su primo cuando encontró el amor en su vínculo con un colega.
Ahora bien, Renée podría haber sido la mujer adecuada para Philippe si aquel no se hubiese empeñado en negar cuál era su propio carácter:
Mis dos compañeros favoritos eran André Halff, un joven judío inteligente, pero un poco sombrío, a quien había conocido en la facultad de derecho, y Bertrand de Jussac, uno de mis condiscípulos de Limoges que había ingresado en Saint-Cyr y pasaba los domingos en París, en nuestra compañía. Cuando me encontraba con Halff o con Bertrand, me parecía sumergirme en la sinceridad más profunda. Superficialmente, yo era el Philippe de mis padres, un hombre sencillo, con algunos convencionalismos tipo Marcenat y ciertas débiles resistencias; después venía el Philippe de Denise Aubry, arrebatadamente sensual y tierno, brutal por reacción; luego, el Philippe de Bertrand, sentimental y audaz, y después, el de Halff, preciso y duro. Y sabía perfectamente que, por encima de todos ellos, había aún otro Philippe más verdadero que los anteriores y que hubiera podido hacerme dichoso si hubiese coincidido con él. Pero no traté de conocerlo.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 20).
Renée desempeñó el papel de mujer desinteresada apoyando a su primo durante su duelo producto del divorcio. En ella se representa el concepto del amor sano y el de renuncia al saberse no amada. Es uno de los pocos actores de la novela que se destaca por la lealtad a sus principios y valores.
·La crianza de Isabelle:
La casa de la calle Ampère. Las macetas en sus macetones envueltos en paño verde. El comedor de estilo gótico; el bufete, cuyas gárgolas avanzan como un altorrelieve; los sillones en cuyo respaldo está esculpida la cabeza de Quasimodo; tan dura. El salón de damasco rojo, las butacas recargadas de dorado. Mi habitación de soltera, pintada de un blanco que había sido virginal y que ahora se había ensuciado. El cuarto de estudio, cuarto de trastos donde las noches de gala cenaba con mi institutriz. A menudo la señorita Chauvière y yo teníamos que esperar hasta las diez. Un criado sudoroso, arisco y fatigado, nos traía, en una fuente, un potaje viscoso, de helado fundido. Me parecía que aquel hombre comprendía tan bien como yo el desairado y casi humillante papel que en aquella casa representaba la hija única.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 125).
Isabelle fue criada por sus padres de una manera en exceso rigurosa. Fue privada de toda comodidad y constantemente sometida a crueles críticas para acostumbrarla a los sinsabores de la vida. En consecuencia, su autoestima se vio destruida antes de convertirse en una mujer.
Era una muchacha torpe que tenía una inmensa necesidad de ternura. Se me consideraba dura, torpe y presumida. Era dura porque pasé mi vida conteniéndome; torpe, porque la libertad de movimiento o la soltura en la conversación siempre me había sido negada; y presumida, porque, demasiado tímida, demasiado modesta para hablar con gracia de mí misma o de temas divertidos, me refugiaba en temas graves.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 127).
Y luego, ya adulta, sin haber sido jamás amada sentió la necesidad de complacer los antojos de los demás para ganarse su afecto:
Ante ella no es posible expresar el menor deseo, sin que, al día siguiente, aparezca con un paquete conteniendo lo que yo quiero. Me mima como se mima a un niño, como mimé a Odile. Pero me doy cuenta, con tristeza y horror, que tanta amabilidad me aleja constantemente de ella.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 152).
Contradictoriamente, esta conducta fue el motivo por el cual su segundo esposo la escogió como su mujer ya que su sumisión le permitió conservar sus viejas costumbres y beneficiarse con los privilegios de la vida de casado.
No habiendo considerándose nunca bella ni inteligente, Isabelle no creyó que podía despertar el interés de los hombres. La desconfianza en sí misma sembrada por su madre la privó de la felicidad. Jamás hubiese terminado con un individuo despectivo como Philippe de haberse considerado una persona de gran valía.
·La filosofía de vida de la Baronesa de Choin:
Aunque a duras penas la hemos mencionado, es un personaje recurrente en la novela y cabe resaltar un fragmento de en uno de sus diálogos mantenidos:
Bien, si no tienes nunca desgracias más graves puedes considerarte una mujer feliz… ¿De qué te quejas? ¿No es fiel tu marido? Los hombres no son fieles jamás (…) Pero toma como ejemplo a mi pobre Adrien. ¿Crees que no me engaño nunca? Querida Isabelle, durante veinte años de mi vida tuvo por amante a mi mejor amiga, Jeanne de Casa-Ricci. Naturalmente, no voy a decirte que esto no me pareciera desagradable al principio, pero las cosas se arreglaron (…) Claro… Yo también creo en el matrimonio, pero he tenido ocasión de comprobar que el matrimonio es una cosa y el amor, otra… Hay que poseer un sólido bastidor, pero a nadie se le ha prohibido bordar arabescos…
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 191 y 192).
Las figuras femeninas presentes en la novela concordaban en su mayoría con éste punto de vista de la Baronesa de Choin; se mostraban sensuales con cuanto hombre quisieran atraer a sí y lo convertían en su amante. ¿Para qué divorciarse si ambas circunstancias podían convivir en perfecta armonía?
A este respecto, tanto Isabelle como Renée, se sitúan en un punto opuesto. Ninguna encaja en el molde con que fueron elaborados aquellos personajes. La primera se rige por los escrúpulos y la segunda por el intelecto. ¿Se puede enamorar a un hombre sino es a través de un juego de seducción?
·El fantasma de Odile:
Tras la pérdida de su primer mujer, Philippe internalizó los rasgos de la personalidad de ésta (sus exigencias, su falsa humildad, su hipocresía) y comenzó a actuar como ella. Detrás de éste proceder se escondía, por un lado, su necesidad de negar la ausencia del ser amado y, por otro, la urgencia por eludir la soledad. Viviendo su vida a través de la mentalidad de Odile, encauzando su existencia como a ella le hubiese gustado encauzar la suya, quiso honrar su memoria y el amor que le había profesado. Cuando Philippe criticó tan duramente a Denise Aubry por haber conquistado a un hombre ostentando como suyos los conceptos y conocimientos que él había introducido en su mente, nadie hubiera creído que la observación que realizó entonces sobre la esencia del ser humano se aplicaría tan bien a su propio caso:
El espíritu de la mujer está formado de este modo por sedimentos sucesivos aportados por los hombres que las han querido, lo mismo que los gustos de los hombres conservan las imágenes confusas y superpuestas de las mujeres que han pasado por sus vidas, y con frecuencia, los atroces sufrimientos que nos han hecho experimentas una mujer se convierten en la causa del amor que inspiramos a otra, y en su desventura.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 21).
·El ideal del amor:
Cada diez años, deberíamos borrar de nuestro espíritu algunas ideas que la experiencia ha demostrado ser falsas y peligrosas.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 220).
Ideas a borrar:
a) A las mujeres pueden ligarlas un juramento o una promesa. Es falso. Las mujeres carecen de moral; dependen, para sus costumbres, de aquellos a quienes aman.
b) Existe una mujer perfecta con quien el amor sería una continuidad de goces sin mezcla alguna de los sentidos, del espíritu y del corazón. Dos seres humanos unidos entre sí son como naves sacudidas por las olas; los cascos chocan y gimen.
Ambos personajes, Philippe e Isabelle, en su momento oportuno, despiertan de sus ensoñaciones para reconocer que su concepto del amor es inalcanzable. Estando el carácter humano lleno de imperfecciones, ninguna pasión puede escapar de esa fragmentación que nos define; ni mucho menos durar para siempre. Solo puede esperarse que el sentimiento se transforme hacia algo que no nos colme de dolor. Y quizás, sin esperarlo, dicho sentimiento logre brindarnos una vida tranquila repleta de infinitos momentos de contento. Sin pretenderlo, podríamos encontrar en la paz de una relación sencilla y sin pretensiones el paraíso añorado.
Críticas:
Existe un detalle preciso, quizás minúsculo, que diferencia al Philippe de los primeros años de juventud de aquel que contrajo matrimonio con Odile Malet no tanto tiempo después.
El Philippe que encontramos entre 1906 y 1907, durante su aventura amorosa con Denise Aubry, era un joven que poseía una personalidad fuerte y decidida; un hombre concentrado en sus estudios y que sabía cuáles eran sus intereses. Había adquirido de su trato con la sociedad parisina un conocimiento más profundo de las mujeres y ya no era presa de ellas aunque conservase, todavía, algunos de sus antiguos rasgos de muchacho soñador y romántico. He aquí una cita de dicha época de su vida:
Las cortejé sin amarlas, por puntillo y por demostrarme a mí mismo que la victoria era posible, Recuerdo la clama con que, a penas una de ellas había abandonado mi habitación sonriéndome tiernamente, me sentaba en una butaca, tomaba un libro y olvidaba, sin esfuerzo sus rasgos.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 22).
El Philippe de 1909 es, en cambio, de una personalidad ya superflua, falto de coraje para tomar las riendas de su vida y que sucumbe rápidamente ante las manipulaciones de una mujer bella.
El interrogante es: ¿Cómo llegó a operarse un cambio que resultaba, por lo demás, imposible en alguien que ya tenía su identidad definida? El mismo Philippe opina lo siguiente sobre aquellos años de libertinaje:
El amante tierno y deseoso de devoción comprendía que la mujer amada no existía en la vida real. Se negaba a identificar una imagen adorable y vaga con figuras demasiado groseras, se refugiaba en los libros y se limitaba a amar a la señora Mortsauf y a la señora de Renal. El cínico cenaba en la casa de tía Cora y mantenía con su vecina de mesa, si a ella no le desagradaba, conversaciones alegres y subidas de tono.
(Climas, edición de Círculo de Lectores, página 23).
Dicho lo anterior, no resulta verosímil que el personaje que se desenvuelve en los primeros capítulos sea el mismo que se presenta en las páginas restantes de la novela. También se encuentran varios cabos sueltos en estas descripciones iniciales que Philippe realiza sobre su persona. Da la impresión de que algunos pasajes han sido escritos por un hombre de ciertas características mientras que otros fragmentos han sido escritos por otro completamente distinto. Si bien en la novela se hace mención explícita a una dualidad existente en la personalidad de este sujeto, o bien dicha dualidad ha sido mal expresada o nos encontramos ante dos posibles bocetos que el escritor no logró amalgamar en la construcción de su personaje.
Conclusión:
La obra tiene una técnica de escritura que resulta exquisita; describe a la perfección la psicología de varios de los personajes y nos sumerge en sus pensamientos revelándonos sus más íntimos secretos. Contiene infinidad de pasajes a destacar por su perfección en el uso del lenguaje. Sin embargo, el descuido por parte de Maurois en la composición de su novela le resta valor a la misma
Calificación: 7/10 plumas.

Muy buena descripción de la personalidad de Philippe de Marcenat.