Mientras observaba el agua correr por el piso del salón, las lágrimas rodaban por mis mejillas a la vez que exclama compungida:
-¡¡¿Por qué?!! ¡¡¿Por qué?!!

Hace sólo un par de días el lavarropas se había averiado por un corte de luz. La semana pasada, el calefón había decidido suicidarse en pleno invierno. Ahora, un caño de la cocina se había roto e inundaba la casa.
-¡¡¿Por qué?!! ¡¡¿Por qué?!!

Mi compañero de cuarto miraba apaciblemente el río artificial que teníamos frente al sillón. «Las cosas ya no duran como antes», se conformaba en decir. En tanto, en plena crisis, yo continuaba con mis lamentos:
-¡¡¿Por qué?!! ¡¡¿Por qué?!!

Por fin, logré conmoverlo; en parte.
-Tranquila, ya se solucionará.
-¡¿Cómo?! El plomero no estará disponible sino hasta dentro de quince días.
-No me digas, qué mala suerte. Y ¿te dijo el motivo?
-Me dijo que estaba estresado, el médico le sugirió que se tomase un descanso.
-Es muy prudente de su parte.
-Sí, muy prudente, pero mientras ¡¿qué hacemos?!
-Comprar un bote o un salvavidas.

Desconsolada por aquella falta de preocupación retomé mis gemidos.
-¡¡¿Por qué?!! ¡¡¿Por qué??!!
-Tranquila. ¿Por qué no te pones a leer un libro?
-Porque ya están todos bajo el agua.
-Bueno, ¿por qué no te pones a escribir, entonces, algo?
-Porqué mis cuadernos de notas también están bajo el agua.
-Tomá, una servilleta.
-¡¿Qué?!
-Sí, hazlo en una servilleta; si J.K. Rowling lo hizo…
-Pero no tengo ninguna birome.
-Allá hay una en la mesa ratona. Agárrala antes de que quede también bajo el agua.

Así pues, acá están algunos de esos apuntes en servilletas de papel, y luego en pañuelos descartables.