Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë

Articulo elaborado por Eleonor Nolan,
22 de Marzo, 2022.

Where Did I Put the Tickets (1906), por Albert Beck Wenzell. Recuperado de https://artvee.com/dl/where-did-i-put-the-tickets/
Where Did I Put the Tickets (1906), por Albert Beck Wenzell. Recuperado de https://artvee.com/dl/where-did-i-put-the-tickets/

Sinopsis:

El señor Lockwood, inquilino de la Granja de los Tordos, propiedad del señor Heathcliff, decide hacer una visita de cortesía a este último tras tomar posesión de la residencia que ha alquilado. El señor Heathcliff lo recibe de forma poco hospitalaria. El señor Lockwood entra en Cumbres Borrascosas, la humilde morada del señor Heathcliff, y se detiene a mirar un vestíbulo con suelo de piedra blanca. Los muebles, antiguos, son escasos; algunas sillas y una mesa.

Tras una breve entrevista entre el señor Lockwood y el señor Heathcliff, y pese a la aspereza de éste, el inquilino se marcha satisfecho con el trato y los modales de su casero, y decide realizar una segunda visita al día siguiente. Con esta determinación, Lockwood pasa la noche en la Granja de los Tordos. Al despuntar el alba, Lockwood se retira de su alcoba y se entretiene con algunos quehaceres durante unas horas, luego se dirige a Cumbres Borrascosas. Al llegar, comienza a caer una espesa nieve.

En el interior del domicilio, Lockwood halla a una joven de apenas dieciséis años, rubia y esbelta, de hermosos ojos negros, pero con expresión taciturna y amarga en su rostro. A los pocos minutos, un joven de aspecto desaliñado y ropas carentes de toda elegancia entra en la habitación y se sitúa frente a la lumbre de la sala guardando silencio. Cuando Heathcliff, a su vez, hace acto de presencia, las cuatro personas que allí se encuentran, incluyendo al señor Lockwood, proceden a tomar el té.

Lockwood se entera durante ese tentempié que la joven de envidiable belleza es la nuera de Heathcliff; es decir, la esposa del difunto hijo del dueño de la Granja de los Gordos y de Cumbres Borrascosas. El señor Lockwood también es informado de que el joven andrajoso que comparte la mesa con ellos es Hareton Earnshaw, hijo de Hindley Earnshaw, el último propietario de Cumbres Borrascosas antes de Heathcliff.

Al caer la noche, Lockwood se ve obligado a permanecer en aquel viejo caserón a causa de la tormenta de nieve. Es, por ello, acomodado por el ama de llaves en un cuarto de la planta superior que ha permanecido abandonado por años; una vez allí, Lockwood procede a examinar la habitación. Lockwood encuentra inscripto en el antepecho de la ventana el nombre “Catalina” acompañado de distintos apellidos: Earnshaw, Linton y Heathcliff. También descubre en la repisa varios libros cubiertos de polvo con el siguiente detalle; los márgenes están repletos de palabras escritas por la mano de una niña. En dichas líneas, la supuesta “Catalina” relata detalles de su infancia con Heathcliff y Hindley, siendo el último su hermano mayor.

Tras husmear en las pertenencias de la chiquilla, Lockwood termina por quedarse dormido. Pero de repente, mientras está soñando, aparece el espectro de la llamada “Catalina Earnshaw”, quien intenta entrar por la fuerza a través de la ventana. A los gritos, Lockwood se despierta empapado de sudor. El señor Heathcliff, aterrorizado por los aullidos de su invitado, penetra bruscamente en la habitación para enterarse de lo que está pasando. Lockwood le cuenta a aquél la pesadilla que ha tenido y se retira de la habitación decidido a irse de Cumbres Borrascosas lo antes posible; el señor Heathcliff permanece en el dormitorio, conmocionado. Al darse cuenta de que está solo, sufre una crisis nerviosa. Sollozando, se acerca a la ventana exclamando:

—¡Entra, entra! —sollozaba—. ¡Entra, Cati!… ¡Aunque sólo sea un instante! ¡Querida mía…, corazón; escúchame esta vez, Catalina!…

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 26)

Lockwood regresa unas horas después a la Granja de los Tordos. Por la noche, no teniendo más remedio que guardar reposo por un fuerte resfriado, persuade a la señora Dean, antigua criada de la mansión, para que le revele los pormenores del pasado de Heathcliff. La señora Dean, encantada de tener una charla con alguien, comienza su narración, contándole al señor Lockwood las vivencias de la familia Earnshaw cuando ésta aún residía en Cumbres Borrascosas, y entrando también en detalle sobre la familia Linton, antiguos dueños de la Granja de los Tordos. Lockwood se entera así de los orígenes de Heathcliff; de los lazos que unían tanto Catalina como a aquel con Edgar e Isabel Linton; y del funesto destino de sus descendientes.

Análisis de los personajes:

Árbol genealógico, Cumbres Borrascosas

Catalina Earnshaw; pasión, histeria y locura.

a) Niñez:

La infancia de Catalina se ve marcada por dos hechos; la llegada de Heathcliff a Cumbres Borrascosas cuando éste es tan sólo un niño a duras penas unos años mayor que ella, y la muerte de su padre tiempo después de dicho suceso.

Catalina por aquel entonces era una pequeñuela salvaje y caprichosa, con un genio difícil de domar. Heathcliff, quien carecía de una educación apropiada, era tan cruel y brutal como ella, aunque su carácter reservado hacía que pareciese manso como un cordero; sobre todo por la paciencia con la cual toleraba los constantes maltratos de Hindley, el primogénito de la familia. Heathcliff se convirtió en un fiel aliado de Catalina para llevar acabo con ella todas las travesuras que ésta quisiera.

Tras la muerte del señor Earnshaw, las costumbres en Cumbres Borrascosas cambiaron de forma drástica. Hindley pasó a ser el nuevo amo de la casa. Procedió, como tal, con el mayor descuido. Rara vez prestaba atención a su hermana, y a la educación que ésta recibía por parte del párroco de la comarca. La criatura contaba por ello con aún más libertad para realizar sus pillerías durante las horas muertas.

La personalidad de Catalina se fue así perfilando como despótica y virulenta. Con todo, todavía era una chiquilla risueña y de una lealtad inquebrantable para con sus antiguas amistades. Heathcliff era, entre todos sus allegados, aquel a quien más amaba y sin el cual no podía concebir su existencia.

b) Adolescencia:

Poco después de que su padre falleciese, Catalina comenzó a relacionarse con Edgar e Isabel Linton; dos niños de edad similar a la suya que vivían en la Granja de los Tordos.

Una tarde, Heathcliff y Catalina, tras burlar la vigilancia de los criados y abandonar Cumbres Borrascosas, cómo tenían por costumbre, comenzaron a correr a campo traviesa hasta penetrar en los dominios de la familia Linton, sus vecinos más próximos. Al llegar al parque que precedía a la inmensa casa, se detuvieron atónitos ante el resplandor de todo cuanto allí les rodeaba. Heathcliff y Catalina, deseosos de ver el interior de la mansión, lograron acercarse a una de las ventanas desde la cual podían admirar el lujo del gran salón principal. Allí estaban Edgar e Isabel, los hijos del matrimonio Linton, lloriqueando, cada uno desde un rincón diferente de la sala, a causa de una ridícula disputa por arrebatar de los brazos del otro a un pequeño cachorro. Repentinamente, Edgar e Isabel se percataron de la presencia de Heathcliff y Catalina, y comenzaron a gritar llamando a su padre. El señor Linton acudió a socorrer a sus hijos, y ordenó de inmediato que atraparan a los sinvergüenzas que se hallaban fisgoneando en su propiedad.

Heathcliff y Catalina intentaron huir, pero ya era demasiado tarde. Catalina fue apresada por un furioso bulldog que había clavado sus dientes en uno de sus tobillos. Afortunadamente, el señor y la señora Linton reconocieron que la niña era la mismísima señorita Earnshaw. Los Linton decidieron entonces que la pequeña se quedarse con ellos hasta que su herida sanara. Heathcliff, en cambio, fue expulsado de la mansión y se le ordenó groseramente que regresara a Cumbres Borrascosas.

Catalina permaneció en la Granja de los Tordos durante cinco semanas. Su trato con los Linton efectuó un cambio notable en sus modales. Se convirtió en una joven refinada y elegante, aunque su temperamento siguió siendo irreflexivo y fogoso. Catalina contaba entonces con doce años de edad.

Su vínculo con Edgar e Isabel se sostuvo en el tiempo. Sin mayores esfuerzos, Catalina conquistó el corazón del hijo de su vecino, quien terminó declarándole su amor y proponiéndole matrimonio. Catalina no amaba a Edgar. No obstante, aceptaría casarse con él, a pesar de los sentimientos que profesara por Heathcliff.

Jamás sabrá cómo le amo, y no porque sea guapo, Nelly, sino porque es más yo que yo misma. Sean cualesquiera las esencias de nuestras almas, la suya y la mía son idénticas, mientras que la de Linton es tan desemejante a las nuestras como lo es el rayo de luna del relámpago, y el hielo del fuego.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 71)

La velada en la cual Catalina revelase a su ama de llaves, la señora Dean, sus sentimientos por Heathcliff, dejando en claro que un enlace con éste la deshonraría, el susodicho desaparecería de Cumbres Borrascosas sin intención de regresar tras escuchar las declaraciones de su amiga. Catalina caería gravemente enferma al enterarse de la partida de Heathcliff, y sus nervios quedarían seriamente trastocados.

c) Adultez:

Tres años más tarde de los sucesos que acabamos de relatar, Catalina contrajo matrimonio con Edgar y se trasladó a la Granja de los Tordos. La señora Dean, apodada Nelly, estableció su residencia también allí, y entró al servicio de la familia Linton.

Catalina, por aquel entonces, había alcanzado los diecinueve años de edad. Su convivencia con Edgar e Isabel, tras su enlace con aquél, fue pacífica, a pesar de las marcadas diferencias de temperamento que la distinguían de su marido y su cuñada.

Edgar evitó siempre a su mujer cualquier disgusto que pudiese exaltar su estado de ánimo; el médico que en su momento había atendido a Catalina durante su enfermedad, había advertido sobre las severas consecuencias que podría tener sobre su salud el que la contrariasen. Por dicho motivo, Catalina daba órdenes en forma autoritaria a los criados de la mansión, e imponía su voluntad sobre la de Edgar e Isabel, quienes, por otro lado, encontraban gran satisfacción en lisonjearla.

Independientemente de las constantes atenciones de las que era objeto en la Granja de los Tordos, Catalina se había vuelto propensa a padecer episodios de melancolía. Su felicidad no parecía completa pese a la adoración que sentía por Edgar, y del cariño que él le profesaba. Mas un día dichos arrebatos de tristeza desaparecieron al encontrar a Heathcliff en la puerta de servicio esperando por ella.

—¡Ah, Edgar, Edgar! —prorrumpió, jadeante, echando los brazos al cuello de su marido—. ¡Ah, Edgar querido! Heathcliff ha vuelto… ¡Está aquí!

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 84)

Catalina no cabía en sí de alegría. Heathcliff, por su parte, se mostró frío en aquella ocasión y se abstuvo de exteriorizar a su amiga las emociones que experimentara al verla después de tanto tiempo. Sin embargo, con el paso de las semanas, sus relaciones adquirieron el mismo grado de intimidad que cuando niños. Desafortunadamente, la felicidad de la que disfrutaba Catalina pronto dio indicios de inestabilidad al despertarse en Heathcliff la ambición y la sed de venganza.

—¡Comprenderás que se han acabado tus visitas a esta casa! —exclamó Catalina con voz ronca—. Ahora vete. Volverá empuñando un par de pistolas y seguido de media docena de criados. Si oyó nuestra conversación, jamás te perdonará; de eso estoy convencida. Me has jugado una mala pasada, Heathcliff. Pero vete…, ¡date prisa! Más quisiera verle a Edgar perdido que no a ti.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 103)

Transcurridos dos meses desde el regreso de aquel a la comarca, se produjo un fuerte altercado entre Edgar y el forastero que acabó por perturbar los delicados nervios de Catalina hundiendo a la enferma en un peligroso estado de delirio del que jamás se repuso por completo. Desde ese incidente, sus días transcurrieron en un estado de ensoñación recordando épocas mejores en Cumbres Borrascosas.

Heathcliff; gitano, bestia y demonio.

a) Orígenes. Convivencia con la familia Earnshaw

El señor Earnshaw, padre de Catalina y Hindley, realizó en una ocasión un viaje a Liverpool del cual regresó trayendo consigo a un niño que tendría entre seis y ocho años. El pequeño era de piel morena, cabello rizado y castaño. En su presentación al resto de la familia, su aspecto causó repulsión pues se hallaba sumamente desaliñado y sucio; el señor Earnshaw lo había encontrado pidiendo limosna, abandonado a su suerte y muerto de hambre. Las primeras palabras que pronunció el pequeño fueron inentendibles.

La señora Earnshaw, junto con sus dos hijos, y la propia señora Dean, el ama de llaves de ese entonces, recibieron al niño con muestras de desdén. Catalina incluso escupió al muchacho. La primera velada que la criatura pasó en Cumbres Borrascosas fue situado en el rellano de la escalera con la esperanza que decidiera marcharse por cuenta propia. No obstante, el pequeño se refugió contra la puerta del cuarto del señor Earnshaw, y a la mañana siguiente, enterado éste del trato dispensado al niño, despidió a la señora Dean quien había sido la culpable de que el muchacho no durmiese en una habitación.

Unos días más tarde, habiéndose reincorporado la señora Dean al servicio doméstico, la situación del pequeño había cambiado. Los amos dieron a la criatura el nombre de Heathcliff en alusión a un hijo suyo que había muerto. A falta de apellido, en adelante dicho nombre le serviría a su vez como tal.

Heathcliff se convirtió en el favorito del señor Earnshaw, pues Hindley dejaba mucho que desear, y Catalina, por su parte, era demasiado caprichosa y desobediente. En contraste, el pequeño huérfano resultaba un niño dócil y reflexivo. Tal consideración por parte del propietario del rústico casarón, le valió la enemistad de Hindley quien lo culpaba de arrebatarle el cariño de su padre.

La señora Earnshaw, quien nunca demostró afecto alguno por el chiquillo, falleció poco tiempo después de su llegada. El señor sobrevivió a su esposa por unos pocos años. Tras su muerte, Hindley se convirtió en el amo de Cumbres Borrascosas y se encargó de privar a Heathcliff de todo tipo de instrucción. Fue desterrado del salón principal y se lo mandó a trabajar al campo como si se tratase de un criado más.

Heathcliff no manifestó queja alguna por el trato que se le dispensara pues encontraba consuelo en la compañía que le brindaba Catalina. Ambos seguían gozando de la misma libertad que siempre se les había otorgado para hacer travesuras. Sin embargo, tras irrumpir en las tierras de los Linton, y ser descubiertos por el dueño y un criado, Heathcliff fue objeto de un trato aún más atroz. Después de ser llamado a orden por el señor Linton, Hindley tomó la determinación de apartar a su hermana del pequeño salvaje a quien prohibió en lo sucesivo que le dirigiese a ésta la palabra. La influencia que, por otro lado, comenzaron a ejercer los Linton sobre Catalina en aquella época, produjo el efecto deseado por Hindley.

—¡Qué aspecto más sombrío y enfadado tienes! ¡Resultas ridículo y desagradable! Y todo porque me he acostumbrado a Edgar y a Isabel Linton. Pero, Heathcliff ¿me has olvidado? (…) No pretendía burlarme de ti —le dijo—, pero no lo he podido remediar, Heathcliff. Dame, al menos, la mano. ¿Por qué te enfadas?… Me reí porque tenías un aspecto tan chocante… Si te lavaras la cara y tevpeinases, resultarías perfecto, pero ¡estás tan sucio!

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 47 y 48)

La pobre Catalina no pudo dejar de advertir el triste contraste entre su antiguo compañero de juegos y sus nuevas amistades. Aún así, la joven no renunció a su intimidad con Heathcliff. Ésta le adoraba con una pasión que ninguna otra persona era capaz de despertar, ni siquiera Edgar Linton quien se había enamorado perdidamente de ella. Mas Heathcliff veía en éste último a un rival capaz de acaparar la atención de Catalina.

—… pero mira el calendario de la pared —dijo señalando el que estaba colgado junto a una ventana—. Las cruces indican las tardes que has pasado con los Linton; los puntos, las que has pasado conmigo. ¿Lo ves? Está marcado cada día.
—Sí… ¡Vaya una tontería! ¡Como si yo me preocupase! —replicó Catalina en tono desabrido—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Que yo si me preocupo.
—¿Es que tengo la obligación de estar a todas horas contigo? —preguntó Catalina con creciente irritación—. ¿De qué me serviría? ¿Eres capaz de hablar de algo? Daría igual que fueses mudo, o un recién nacido, para lo que dices o haces por divertirme.
—¡Nunca me dijiste que hablaba poco o que mi compañía te disgustaba, Catalina! —gritó Heathcliff muy agitado.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 61 y 62)

Ignoraba, el desdichado, que el único atractivo que aquella encontraba en Edgar era la fortuna que ostentaba, y de la cual pretendía adueñarse convirtiéndose en su esposa.

b) El regreso a Cumbres Borrascosas

Tras tres años de ausencia, Heathcliff es visto por la comarca haciendo gala de haberse transformado en un hombre distinguido, culto, y poseedor de una gran riqueza. Su genio, sin embargo, era el mismo; el rencor por las humillaciones y los agravios recibidos seguía latente.

Su primera resolución es entablar amistad con Hindley, e instalarse en una de las habitaciones de Cumbres Borrascosas pagando sus buenas libras por el hospedaje. Más tarde, su segunda medida es restablecer sus relaciones con Catalina con el propósito de desquitarse por su rechazo torturándola con los recuerdos de la niñez. Con todo, al hallarse frente a ella, decide olvidar, de momento, la injuria de su amiga.

Mientras esperaba abajo, en el patio, concebir este proyecto: ver fugazmente tu rostro, recibir, a cambio, una mirada de sorpresa, o acaso de afectada alegría; luego, saldar mis cuentas con Hindley, y, por último, adelantarme a la ley haciendo justicia yo mismo. Tu recibimiento me ha hecho abandonar estas ideas, pero procura no recibirme de otro modo en la próxima visita. No; ya no me volverás a echar. Tenías preocupación por mí, ¿verdad? ¡Ya lo creo que había por qué tenerla! He luchado duramente con la vida desde que te oí por última vez. Y has de perdonarme, porque he luchado sólo por ti.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 86)

Edgar Linton, lejos está de correr con la misma suerte de su esposa; pues Heathcliff, al convertirse en un invitado recurrente en la Granja de los Tordos, se encarga de seducir a Isabel. Prevenida por la señora Dean al respecto de los planes de su amigo, Catalina se enfrenta a éste en una enconada discusión. Edgar sorprende a su mujer en este indecoroso proceder y echa a su invitado de la casa prohibiéndole que vuelva a presentarse en la misma.

Cuatro días más tarde, Catalina contrae, por segunda vez, y a raíz de este acontecimiento, una grave enfermedad. Una fiebre cerebral la deja postrada en su alcoba durante ocho semanas. Al entrar en la convalecencia, Heathcliff, ya entonces esposo de Isabel, obliga al ama de llaves a proporcionarle los medios necesarios para visitar a la enferma. La entrevista tiene lugar un domingo por la tarde, después de que el amo de la Granja de los Tordos y el servicio doméstico se hubiesen retirado para asistir a la función religiosa en la iglesia de Gimmerton.

Después de contemplar el demacrado rostro de Catalina, y comprobar el estado de desvarío en el cual ésta se halla inmersa, Heathcliff queda petrificado. Presa de la más ferviente desesperación, e incapaz de ahogar sus lágrimas, se arrodilla a sus pies rodeándola con sus brazos. Catalina rehúye de sus caricias. Sin embargo, segundos más tarde, en un arrebato de pasión, la señora Linton se hecha sobre el cuello de aquél pegando su húmeda mejilla a la suya.

—Ahora me demuestras lo cruel que has sido…, cruel y falsa. ¿Por qué me despreciarse? ¿Por qué traicionaste a tu corazón, Catalina? (…) Si, abrázame, llora, arráncame besos y lágrimas; te secarán, te condenarán. Si me querías…, ¿qué derecho podías tener para sacrificarme al mezquino capricho que te entró por Linton? ¿Qué derecho? ¡Contesta! De otro modo, ni la miseria, ni el envilecimiento, ni la muerte, ni nada de lo que Dios o Satanás nos hubieran reservado hubiese podido separarnos; y tú, por tu gusto lo hiciste (…) Peor para mí si soy fuerte. ¿Qué necesidad tengo de vivir? ¿Qué vida será la mía cuando…? ¡Ay! ¡Dios! ¿Querrías vivir tú teniendo el alma en la tumba?

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 143 y 144)

No sin antes dirigirse duras discriminaciones, Catalina, a las puertas de la muerte, besa por última vez a su enamorado y pierde el conocimiento acurrucada contra su pecho. Al caer la noche, fallece luego de dar a luz a una niña. Con el corazón hecho añicos, Heathcliff descarga su ira contra sus enemigos. Dieciséis años más tarde, culmina su venganza.

Hindley Earnshaw; alcoholismo y ludopatía.

Hasta la llegada de Heathcliff a Cumbres Borrascosas, Hindley había sido el hijo pródigo, digno heredero de la casa y las tierras lindantes. Sin embargo, cuando su padre adoptó a ese niño harapiento, se vio despojado de sus privilegios. Hindley maldijo en secreto a su progenitor por su decisión de adoptar a otro hijo varón, y arrebatado por los celos, manifestó una repulsión y un odio cada vez mayor hacia aquella extraña criatura, y se encargó de atormentarla con golpes e insultos.

En una ocasión, el señor Earnshaw había adquirido dos potros y obsequió uno al huérfano y otro a su hijo mayor. El potro del pequeño niño pronto quedó cojo por lo cual la endiablada criatura obligó a Hindley a que le diese el suyo bajo amenaza de comunicar a su padre la cantidad de golpes que había recibido por parte suya esa semana. Hindley no tuvo más remedio que acceder, más no sin antes arrojar al gitanillo una enorme pesa que dio contra el pecho de éste cortándole la respiración.

—¡Quédate ahora con mi potro, perro gitano! —dijo Hindley—. ¡Ojalá te desnuque! ¡Tómalo y vete al diablo, miserable intruso! Sácale a mi padre lo que tiene a fuerza de farolas. Y cuando le hayas sacado todo, muéstrale lo que eres, engendro de Satanás… ¡Toma, quédatelo, y que te hunda la cabeza a voces!

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 35)

El pobre huérfano no comunicó al señor Earnshaw lo sucedido gracias a la intervención de la señora Dean, y se contentó con intercambiar las sillas de los caballos y poner el suyo a buen resguardo.

Hindley fue enviado poco tiempo después a un internado por recomendación del párroco de la comarca con el propósito de evitar así los constantes conflictos entre éste y el pequeño Heathcliff. Cuando hubo de regresar a Cumbres Borrascosas, con motivo de asistir al funeral de su padre, era ya un hombre de porte atlético, y modales enérgicos, dispuesto a tomar posesión de su patrimonio. Durante su ausencia, había contraído matrimonio con una muchacha llamada Francisca; su enlace resultó toda una sorpresa pues nadie se había enterado del mismo.

Hindley fue un tutor despótico con su hermana, y un amo intransigente con los criados. Por otro lado, los recuerdos de sus tristes años de juventud privado del afecto de su padre por culpa de ese chiquillo con el cual aquél se había encaprichado, despertaron en él una ira feroz. El niño, que había alcanzado los doce años de edad, se convirtió en su presa favorita para descargar sobre él su malignidad.

Al poco tiempo de haberse instalado en Cumbres Borrascosas con su mujer, ésta dio a luz a un varón a quien llamaron Harenton. El médico de la comarca, un tal Kenneth, advirtió a Hindley que su esposa no viviría demasiado y probablemente moriría al llegar el invierno; Francisca siempre había sufrido de los pulmones y se encontraba más débil que en otras ocasiones. Hindley hizo oídos sordos de las palabras del médico y negó que su esposa estuviese enferma. No obstante, pocos meses después, Francisca falleció entre sus brazos.

La muerte de su mujer sumió a Hindley en el más profundo dolor llevándolo a ahogar sus penas en la bebida. Su personalidad, de por sí virulenta y dispersa, se volvió aún más difícil de soportar.  Los criados abandonaron el caserón. Sólo permanecieron en él la señora Dean, quien había quedado a cargo de la crianza del recién nacido, y José, un viejo gruñón que se encontraba sirviendo a la familia desde hace décadas.

El joven amo fue de mal en peor, haciéndose también aficionado al juego y tomando por costumbre apostar grandes cantidades de dinero. Entre tanto, los años siguientes, algunos cambios tuvieron lugar con respecto a la conformación de su familia. Catalina contrajo matrimonio con Edgar Linton y fijó su residencia en la Granja de los Tordos. Heathcliff, por su parte, el gitano maldito, se marchó por su propia voluntad tres años antes del enlace entre Catalina y Linton.

Para cuando Harenton se hallaba próximo a cumplir los cinco años de edad, Hindley se había endeudado con varias de las desastrosas compañías con las cuales se rodeaba. En dicha época, Heathcliff había regresado a Cumbres Borrascosas y se encontraba instalado en una de las habitaciones de la casa. Al cabo de pocas semanas éste pasó a ser una de las amistades más cercanas de su anfitrión y fue invitado a participar de las largas veladas de juegos y apuestas en las cuales el amo se compenetrada por completo. Al encontrarse en la ruina, el sucesor del viejo señor Earnshaw se vio en la necesidad de contraer un crédito para poder sostener el desordenado estilo de vida que llevaba. Terminó hipotecando cada metro de sus tierras. Al morir, su hijo quedó a cargo de Heathcliff quien se convirtió en el nuevo dueño de Cumbres Borrascosas.

Edgar Linton; bondad y piedad.

La familia de Edgar solía asistir los domingos por la tarde a la iglesia de Gimmerton de igual modo que lo hacía la familia Earnshaw. Lejos estaban de coincidir en ningún otro lugar a pesar de que sus casas estaban separadas la una de la otra por tan solo cuatro millas.

La tarde en la cual Catalina y Heathcliff se escabulleron de Cumbres Borrascosas para ir a jugar en el patio de la Granja de los Tordos, y ambos terminan espiando a Edgar e Isabel a través de una ventana, los hermanos Linton se encontraban disputándose el cariño de un pequeño cachorro. Cuando éstos advirtieron que sus movimientos eran vigilados por dos extraños, comenzaron a gritar y a llamar a sus padres pidiendo socorro. El amo de la Granja de los Tordos acudió enseguida y regresó del jardín junto con los dos bribonzuelos; entre ellos Edgar reconoció a la niña cómo la hija del difunto señor Earnshaw.

—Es la señorita Earnshaw —dijo bajito a su madre—. Mira cómo la ha mordido Shulker… Tiene el pie sangrando.
—¿La señorita Earnshaw? ¡Qué disparate! —exclamó la señora—. ¡La señorita Earnshaw merodeando con un gitano!… Y…, sin embargo, ¡calla! ¡Es verdad! La chica está de luto… De seguro que es ella. Y tal vez ha quedado lisiada para siempre.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 44)

Los Linton, corroborando la veracidad de las palabras de Edgar, acomodaron a Catalina en el sofá, le dieron una bandeja repleta de pasteles, y le sirvieron un vaso de vino con azúcar y limón mientras curaban la herida que su perro guardián había ocasionado a la chiquilla en el tobillo.

A raíz de este incidente, Edgar halló una excusa para entablar una tierna amistad con la menor de la familia Earnshaw. De forma asidua acudía a casa de ésta para visitarla y, conforme ganó su confianza, comenzó a hacerle la corte a pesar de no contar ella con más de doce años de edad y él con no más de catorce. Durante aquellas visitas era inevitable que Edgar no se topase de vez en cuando con Heathcliff; aún así, eludía verse en la obligación de dirigirle la palabra. Su prudencia, sin embargo, no llegaba al extremo de ocultar sus opiniones a Catalina respecto del vulgar personaje. Ignoraba Edgar hasta qué punto la joven sentía afecto por semejante bestia.

El tiempo transcurrió lentamente. Edgar se convirtió en un hombre de dieciocho años, dotado de elegancia y gracia en el andar. Su corazón seguía añorando conseguir el amor de la señorita Earnshaw. Un desafortunado evento vino, no obstante, a turbar su alma y a cuestionar la veracidad del afecto que le demostraba su amiga. Se encontraba en Cumbres Borrascosas una tarde, aprovechando la ausencia de Hindley para ver a escondidas a Catalina, cuando luego de ingresar ésta en el salón, hizo acto de presencia la señora Dean. El ama de llaves cumplía con su obligación de vigilar a la muchacha durante las visitas del señorito Linton. Catalina, disgustada, ordenó a Nelly que se retirase de allí, pero al rehusarse ésta a hacerle caso, en un arrebato de furia, la joven empujó a la criada hacia la cocina maltratándola físicamente. Edgar tomó a Catalina de las manos procurando calmar su ánimo, mas como agradecimiento ésta se libró de él propinándole una cachetada.

—¿He de quedarme después de que me has pegado? —preguntó Linton. Cata enmudeció—. Me has dado miedo y he sentido vergüenza de ti —prosiguió él—. No volveré nunca a esta casa. —Los ojos de Catalina se pusieron brillantes y parpadeo repetidamente. Edgar añadió—: Y has mentido a sabiendas.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 64)

Edgar quedó perplejo y procedió a recoger su sobrero y su abrigo con la intención de marcharse. Catalina le suplicó que se quedará, pero Edgar no hizo caso a sus ruegos y abandonó la estancia para regresar a los pocos segundos. Su espíritu era débil, y no podía soportar verse separado de Catalina. Tras una seria conversación, Edgar pidió a su amada que se casará con él y aquella accedió de inmediato.

Su breve vida en común fue satisfactoria. Edgar adoraba a su esposa, y ésta parecía corresponderle en la misma medida. Por desgracia, la reaparición de Heathcliff perturbó la paz de su hogar. Tras fugarse con Isabel, el malhechor hundió a Catalina en un estado incurable de locura. Edgar, acongojado por el estado de su mujer, cuidó de ella con profundo amor y dedicación hasta que ésta se halló lo suficientemente repuesta para abandonar su lecho y desplazarse a otra sala de la mansión. Con todo, Catalina tan sólo logró extender su existencia lo suficiente para darle a su marido una hija a quien llamaría igual que a la madre. Los años que siguieron discurrieron en tranquila armonía. Edgar gozó de la compañía de su dulce niña admirando la alegría y espontaneidad heredadas de Catalina. Cada año, en el día del cumpleaños de la pequeña, visitaba la tumba de su esposa, situada en el páramo, y regresaba de su caminata pensativo. El señor Linton sentía el amor más puro que un padre puede experimentar por una hija; y, con todo, aguardaba el día en que su alma se uniese con la de su difunta mujer. Su deseo al fin se hizo realidad a sus treinta y siete años. Falleció como un santo, con una sonrisa beatífica y la mirada clavada en el cielo.

Isabel Linton; ingenuidad e insensatez.

Siempre fue una necia; una jovencita que creyó en cuentos de hadas y dio muestras de profesar un interés romántico por Heathcliff sin siquiera conocerlo. Alimentó sus fantasías a base de mentiras dejándose engañar por la apariencia externa de un individuo que se presentaba a su casa con el único propósito de destruir el matrimonio de Catalina y Edgar. Cuando su cuñada se enteró de dicha inclinación amorosa, le reveló la verdadera naturaleza del hombre con quién se obstinada en establecer una relación. Isabel se negó a creer tales palabras y acusó a la esposa de su hermano de querer acaparar el afecto de Heathcliff. Catalina soltó la risa y se vengó más tarde de Isabel humillándola frente a aquél.

—¿Cómo puedes decir que te maltrato, niña mimada, infame? —exclamó mi ama, estupefacta por la insensata acusación— ¡Has perdido la cabeza! ¿Cuándo te he maltratado, dime?
—Ayer —lloriqueó Isabel—. Y también ahora.
—¿Ayer? ¿En qué momento?
—Cuando paseábamos por el páramo, me dijiste que me fuera fondo quisiese, mientras tú te entretanías con Heathcliff.
—(…) ¿Está en su sano juicio? —preguntó la señora Linton dirigiéndose a mí—. Te remitiré nuestra conversación palabra por palabra, y tú, Isabel, dirás en qué hubiera podido desagradarte.
—No me importa la conversación. Lo que yo quería era estar con..
—¿Y bien?… —dijo Catalina al ver que vacilaba para terminar la frase.
—Con él. Y no quiero que siempre me alejes —continuó animándose—. Eres como el perro cuando le hecha de comer: no toleras que amén a nadie sino a ti.
—¡Mocosa impertinente! —vociferó la señora Linton, sorprendida—. ¡Si no puedo creer semejante estupidez! No es posible que aspires a ganarte la admiración de Heathcliff…, ni que le ires con buenos ojos siquiera. Me parece que he oído mal, Isabel.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 90 y 91)

Transcurridas unas semanas, la señorita Linton fue vista paseando por las plantaciones de la Granja de los Tordos a altas horas de la noche y en compañía de Heathcliff. Kenneth, el médico del poblado, estaba al tanto de lo sucedido durante dicha entrevista. Heathcliff había suplicado a Isabel que huyera con él y ésta se había mostrado reticente. No obstante, después de rogarle con mayor insistencia, el joven logró su cometido y la muchacha accedió a fugarse la próxima vez que se dieran cita. Cuando esta noticia llegó a oídos de la señora Dean, ya era demasiado tarde para prevenir la huida de la pareja.

Luego de dos meses de ausencia, Isabel puso pie en Cumbres Borrascosas como la flamante señora de Heathcliff; o por lo menos ésta fue la opinión que de ella se formaron los criados. La recién casada escribió una extensa carta al ama de gobierno de la Granja de los Tordos informándole sobre su enlace, y describiendo en detalle cómo había sido recibida por los habitantes de su nuevo hogar.

Se ponía el sol por la Granja cuando entramos en el páramo. Debían de ser las seis. Mi acompañante se detuvo media hora para inspeccionar el parque, el jardín y también la casa; de modo que era ya de noche cuando echamos pie a tierra en el patio empedrado. Tu antiguo compañero, José, salió a recibirnos con una vela en la mano, desplegando una amabilidad que hacía honor a su fama. Empezó por levantar la luz hasta ponérmela delante de la cara, bizqueó maliciosamente, saco mucho hacia fuera el labio inferior y me dio la espalda. Después tomó míos caballos por las riendas y se los llevó a la cuadra. Regresó en seguida para cerrar la primer verja, como si nos hallaremos en una fortaleza de otras épocas.
Heathcliff se quedó hablándole y yo entré a la cocina, que es como un negro y sucio agujero. Creo que ahora no reconocerías tu antiguo dominio, de tanto que ha cambiado (…) Salí de allí y me dispuse a esperar a los demás. Heathcliff continuaba sin aparecer. Fui a la cuadra en busca de José y le pedí que viniese conmigo a la casa. Se quedó mirándome estúpidamente (…) Y continuó su trabajo sin cesar de mover las mandíbulas, que hacían temblequear sus hundidas mejillas, mientras sometía a despectivo examen mi rostro y mi vestido; uno, lleno de tristeza a más no poder, y el otro, demasiado elegante.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 122 y 123)

El día en que tuvo lugar el entierro de Catalina, se desató por la noche una tempestad que obligó a Heathcliff a volver a Cumbres Borrascosas antes de lo previsto. Entre Hindley y éste se produjo una sangrienta pelea que casi acaba con la vida del primero, y a raíz de la cual Isabel recibió algún que otro golpe. A pesar de lo ocurrido, a la mañana siguiente, la muchacha bajó de su cuarto muy animada. Frente a la chimenea del salón se hallaban Hindley y Heathcliff. Isabel se dispuso a desayunar en el mismo recinto.

Heathcliff permanecía taciturno; sus parpados estaban hinchados con rastros de insomnio, sus pestañas aún lucían húmedas, y sus labios se retorcían en una mueca de indescriptible agonía. Hindley, por su parte, se encontraba ensimismado en su malestar físico producto de la golpiza de la víspera. Isabel acudió a auxiliarlo, ofreciéndole un vaso con agua. Uno y otra intercambiaron algunas palabras y acabaron por entablar una conversación al respecto de la difunta señora Linton. Isabel aseguró que en la Granja de los Tordos todos tenían la convicción de que Catalina aún seguiría con vida si no fuese por aquel gitano maldito que había regresado a la comarca. Heathcliff, se estremeció. Isabel, con una sonrisa maléfica, prosiguió con su discurso. Tras maldecirla, y ordenarle que se retirase, Heathcliff arrojó un cuchillo a su interlocutora, pero ésta se las ingenió para esquivar el filoso objeto y echó a correr mientras le soltaba otras verdades a la cara.

Sin mirar atrás, la muchacha abandonó la sala, salió por la cocina y en pocos minutos se vio fuera de los dominios de Cumbres Borrascosas; al cabo de una hora, reposaba tendida en una de las sillas de la inmensa sala de la Granja de los Tordos. La señora Dean curó la herida que el cuchillo arrojado por Heathcliff le había ocasionado debajo de la oreja, le dio ropa seca para que se cambiase, y armó su equipaje tras pedir el coche para que partiese de inmediato hacia Gimmerton y desde allí hacia Londres. Jamás regresó a aquella región de Inglaterra.

Elena Dean (Nelly); astucia e hipocresía.

Creció en Cumbres Borrascosas junto a Hindley; su madre estuvo a cargo del cuidado de éste cuando era un crío. Tanto Hindley como ella habían sido por dicha circunstancia hermanos de leche. Ambos contaban con la misma edad.

La llegada de Heathcliff a Cumbres Borrascosas supuso un suceso importante para la señora Dean. Por ese entonces, el susodicho no era más que un pobre huérfano desamparado. Ni Hindley, ni ella le querían. Pero cuando la criatura contrajo sarampión, y ésta debió de brindarle sus cuidados durante el estadio más severo de su enfermedad, la criada acabó por cobrar cariño por el pequeño.

Mientras Heathcliff y Catalina fueron niños, la señora Dean estuvo al pendiente de ellos procurando encauzar a las indomables criaturas hacia la senda del bien. No obstante, se abstuvo siempre de regañarlos con demasiada dureza por temor a perder la escasa influencia que ejercía sobre uno y otra. Cuando ambos entraron en la pubertad, Elena también intervino en las discusiones que éstos sostenían; sus diferencias se debían principalmente al grado de educación que cada uno ostentaba. Catalina todavía recibía lecciones por parte del párroco del pueblo, y era tratada como una señorita de buena familia. Heathcliff, por el contrario, había sido privado de sus lecciones y realizaba trabajos como jornalero en la finca para ganarse su estadía en la casa.

El tiempo también ejerció su efecto sobre Hindley, quien se convirtió en padre y enviudó. Grandes sobresaltos le ocasionó éste al ama de llaves cada vez que se emborrachaba y cogía la escopeta. José y ella fueron los únicos criados que accedieron a permanecer a su servicio. En el caso de señora Dean, ésta estaba a cargo del cuidado de Hareton, y no se atrevía a separarse del pequeño que apenas tenía seis meses cuando falleció su madre.

Conforme Catalina y Heathcliff comenzaron a desenvolverse como dos jóvenes, de quince y dieciséis años respectivamente, la señora Dean tuvo otras dificultades en su trato cotidiano con aquellos. Catalina se convirtió en una jovencita impetuosa, arrogante y demasiado caprichosa para que pudiese inspirar la menor simpatía. Y Heathcliff, siendo un mozo de dieciséis años, se había vuelto tosco e insociable, por lo que su compañía no era deseada por nadie. Aún así, si bien Elena había perdido su cariño por la primera, todavía se interesaba por los asuntos del segundo pues recordaba con nostalgia la ternura que el viejo amo siempre había sentido por el muchacho.

Una tarde, Catalina entró con cautela a la concina y preguntó a Elena si se encontraba sola. Al comprobar que tal era el caso, le pidió que guardase un secreto que no podía callar por más tiempo. La señora Dean se mostró reticente al principio, pero ablandada por la mirada zalamera de la joven accedió a escucharla. Catalina, entonces, le contó lo referido a la reciente propuesta matrimonial de Edgar Linton; la muchacha había dado su consentimiento pero se sentía afligida por haber procedido de aquella manera.

… ¿por qué es usted desgraciada? Su hermano se pondrá muy contento. Los viejos padres de él no pondrán la menor objeción, me figuro. Usted abandonará una casa sin orden ni comodidades por una casa opulenta y respetable. Usted quiere a Edgar y Edgar la quiere. Todo es lo más sencillo y fácil. ¿Dónde está la dificultad?

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 70)

En ese preciso momento, Elena observó el movimiento de una sombra y distinguió la figura de Heathcliff que se erguía por detrás de un banco y se deslizaba fuera del recinto silenciosamente; el pobre desgraciado había escuchado toda la palabrería de Catalina. La criada, alarmada, ordenó a ésta que se callase, pero sin revelarle los motivos para ello. Más tarde, entrada la noche, José informó a la señorita Earnshaw y a la señora Dean que el muchacho no se hallaba ni en la casa ni en la finca. Elena creyó prudente revelarle a Catalina que había visto a Heathcliff escabullirse de la cocina mientras ésta hablaba con ella. Catalina, desesperada, salió en busca de su amigo, pero no había rastros de él por ninguna parte.

Tres años transcurrieron luego de la desaparición de Heathcliff de Cumbres Borrascosas. Catalina, con diecinueve años de edad, celebró su boda con Edgar en la iglesia de Gimmerton. La señora Dean, por su parte, no tuvo más remedio que trasladarse a la Granja de los Tordos para seguir al servicio de la hija menor de la familia Earnshaw.

Heathcliff regresó eventualmente a la comarca, y se presentó en la mansión de los Linton. El marido de Catalina le recibió con cortesía, más sin entusiasmo. El forastero consiguió, no obstante, con el paso de las semanas, tranquilizar el ánimo del dueño de la Granja de los Tordos, y convertirse en una visita recurrente. La señora Dean observaba mientras tanto con recelo al huésped, y vigilaba sus pasos.

Una noche, le vio merodeando el parque y advirtió que se aproximaba hacia Isabel quien se hallaba distraída alimentando a las palomas. Heathcliff dijo algunas palabras a la joven y luego la besó.

Nelly ya había tomado la resolución de evitar que tal perverso personaje llevase a cabo los planes que pudiese tener en mente; y con tal determinación se dirigió hacia la sala donde se encontraba el señor Linton y le contó la escena que acababa de presenciar. Pese a la intervención de Catalina, Heathcliff y Edgar tuvieron una charla más que desagradable.

La señora Linton quedó seriamente conmocionada por tal suceso, sus nervios eran delicados y se excitaban con facilidad. Sintiéndose desfallecer, dio varias indicaciones a Nelly para que mediase por ella con su marido y le advirtiese a éste el peligro que corría su salud si se atrevía a contrariarla en ese preciso instante. Mas la señora Dean no creyó que el mal que padecía su señora fuese real e hizo caso omiso de sus instrucciones. Algunos meses después, Catalina se hallaba convaleciente de una grave enfermedad. Tras su muerte, la señora Dean quedó a cargo de la hija de aquella.

José (apellido desconocido); tosquedad y rudeza.

Su vida estuvo consagrada a servir a la familia Earnshaw. En épocas de esplendor, sus tareas estuvieron limitadas a los cuidados de las plantaciones del huerto, y a ciertos trabajos menores en las cuadras donde se encontraban los caballos. Sus horas muertas solía destinarlas a la lectura de la Biblia y a predicar la palabra de Dios entre los miembros de la familia. El viejo amo se volvió especialmente susceptible a los sermones de José, y comenzó a tratar a sus hijos de forma más severa en atención a los preceptos religiosos. El criado, al tanto de la influencia que ejercía sobre el amo, entró en confidencias con éste hablándole pestes sobre todos los que residían bajo su techo. Sus principales críticas iban dirigidas hacia Catalina y Hindley, pues sabía que el dueño de Cumbres Borrascosas sentía un especial afecto por Heathcliff, quien era su predilecto.

Otro tanto siguió haciendo cuando el hijo mayor ocupó el lugar de su padre, pero en dicha ocasión arremetiendo tanto contra su hermana cómo con el pequeño gitano. Tomó como potestad suya darle sermones a una y a otro, y oficiar de pastor cuando éstos se veían imposibilitados de asistir a la iglesia. El séptimo día debía ser dedicado a la reflexión y a encomendarse a Dios, bajo amenaza de que sus almas ardiesen en los infiernos en caso contrario. Los pobres niños tenían por ello prohibido jugar durante la jornada en la que se celebraban los oficios religiosos. De infringir esta norma, recibían un duro castigo por parte de Hindley.

Apenas está enterrado el amo, no ha transcurrido el domingo, tenéis todavía en los oídos las palabras del Evangelio, ¡y os atrevéis a jugar! Vergüenza debiera daros. Estaos quietos, malos. No faltan libros buenos, si queréis leerlos. Estaos quietos y pensad en vuestras almas.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 19)

El sucesor del antiguo amo no se hacía de rogar para aprovechar cualquier ocasión que se le presentase para arremeter contra Catalina y Heathcliff e imponer su autoridad, especialmente cuando ésta era cuestionada por José.

¡Señor Hindley!, aullaba nuestro capellán. ¡Señor, venga acá! La señorita Cati ha destrozado el lomo del “Yelmo de Salvación”, y Heathcliff ha descargado su furia sobre la primera para de “Todo seguido a la perdición”. Mal sistema dejarles que continúen así, ¡ay! El viejo amo les hubiera sentado de las costillas como merecen… ¡pero ya se fue!

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 19)

En el momento en que Heathcliff se constituyó en el nuevo amo de Cumbres Borrascosas, José se ensimismó en sus lamentos maldiciendo al desgraciado sujeto por haber usurpado a la antigua familia lo que les pertenecía por orden natural. En un esfuerzo por restablecer el linaje de los Earnshaw, José se encargó de enseñar a Hareton el valor de su apellido, y despertar en él la valentía por la cual se habían destacado sus predecesores, especialmente el anciano Mr. Earnshaw, el abuelo del muchacho. Al verse finalmente cumplidos sus anhelos, el pobre criado continuó con sus quejas a raíz de la desilusión que se llevase al comprobar que su pupilo se había enamorado de la última descendiente de la familia Linton.

Hareton Earnshaw; honradez y sensibilidad.

Su madre murió de una afección pulmonar a los pocos meses de dar a luz, por ello Nelly Dean quedó a cargo de su crianza. Fue un niño manso mientras se encontró bajo la tutela del ama de llaves. Su separación de ésta le hizo derramar amargas lágrimas cuando fue despedida por su padre. El párroco del pueblo pasó, de ahí en más, a ser el responsable de su educación. La criatura contaba con casi cinco años por ese entonces.

Su progenitor hacía poco caso de sus necesidades, y se conformaba con que no le fastidiara. Tras fallecer aquel, a causa del alcoholismo, Hareton quedó desprovisto de la fortuna que le hubiese correspondido heredar. Las deudas contraídas por su cuidador habían sido saldadas con la hipoteca de la casa y de las tierras lindantes. Huérfano de padre y madre, Hareton quedó bajo la supervisión de Heathcliff quien lo educó como un salvaje y lo forzó a trabajar en las cuadras y en la finca.

Hasta la edad de veintitrés años jamás tuvo un libro entre sus manos. Tampoco se le había enseñado a escribir, por lo que era un iletrado. Linton Heathcliff, el próximo sucesor de la Granja de los Tordos, burlábase de su ignorancia si se le brindaba la ocasión para hacerlo.

—No es más que pereza, ¿verdad, Earnshaw? —dijo Linton—. (…)
—¿Y qué? ¿De qué demonios sirven esos libros? —masculló Hareton, más propicio a responder a persona que le era familiar.
—(…) ¿Y qué pintan los demonios en esa frase? —le arguyó Linton mofándose—. Papá te ha recomendado que no digas palabrotas, y tú no hay vez que abras la boca que no sueltes alguna. Procura portarte como si fueras un caballero, ¿entiendes?
—Si no fuese una niña, más que un muchacho, te tumbaba de un golpe inmediatamente. ¡Tenlo por cierto, miserable aborto! —contestó, furioso, el patán.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 196)

Su prima, por parte paterna, también dirigíale comentarios despectivos y torturábale en exceso; sobre todo si lo sorprendía tratando de enmendar sus faltas. El muchacho, en tales situaciones, sobrellevaba las humillaciones con dificultad, pues desde que había conocido a Catalina se había despertado en él la aspiración de convertirse en un hombre instruido. Mas sus esfuerzos sólo lograban granjearle una reputación de necio, incluso ante los ojos del viejo José quién sentía la misma satisfacción que Heathcliff al observar su embrutecimiento y la manera en la cual cada día se volvía más tosco en su trato con las personas. Después de perseverar durante mucho tiempo, Hareton se dio por vencido y acabó reanudando sus tareas habituales en el campo.

Catalina Linton; alborozo, insolencia y desfachatez.

Heredó de su madre sus hermosos ojos negros, y la forma del arco de las cejas. De su padre, en cambio, heredó la tez pálida, y el cabello rubio y rizado. En cuanto a su carácter, tenía una tendencia a mostrarse impertinente, y demasiado apasionada en sus afectos; ambas características de la difunta señora Linton.

En una ocasión, la pequeña Cati se encaprichó con la idea de visitar el despeñadero del roquedal de Peniston; y haciendo caso omiso de las advertencias de la señora Dean, se dirigió una tarde hacia allí mientras su padre se hallaba en Londres.

La niña, que contaba entonces con doce años de edad, se topó por las proximidades del roquedal con Hareton Earnshaw, quien ofició como guía y le enseñó el despeñadero. Luego, ambos se dirigieron a Cumbres Borrascosas donde un rato más tarde apareció Nelly para reprender a la muchacha y llevarla de regreso a la Granja de los Tordos.

—¡Bravo, señorita! —exclamé ocultando con un gesto de enfado el contento que sentía—. Éste ha sido el último paseo a caballo hasta que su papá vuelva. No la dejaré salir de casa, ¡chiquilla mala, mala!
—¡Bah, bah, Elena! —gritó alegremente poniéndose en pie de un salto y corriendo hacia mí—. Te contaré una preciosa historia está noche. ¡Conque has averiguado dónde me hallaba! ¿Has estado alguna vez aquí?

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 172)

Dicho incidente ocasionó además un altercado entre la pequeña Cati y Hareton, dado que aquella creía que éste era el hijo del dueño de Cumbres Borrascosas. Dándose cuenta del error en el que había incurrido, ordenó con altanería al joven que le trajese su caballo, como si de un criado se tratase, y le dio las más vivas pruebas de desprecio hacia su persona.

Algunos días más tarde, su padre regresó trayendo consigo al pequeño Linton. La madre del niño, quien fuese en vida hermana de Edgar, había dispuesto como su última voluntad que Linton viviese junto a su tío. Catalina no cabía en sí de alegría al ver por primera vez a su primo. Pero, para su sorpresa, y muy a su pesar, al día siguiente la criatura había abandonado la Granja de los Tordos pues su padre había mandado a llamar por él.

Cuatro años transcurrieron sin grandes sobresaltos para la señorita Cati, quien había alcanzado la edad de dieciséis años. Siendo todavía una bribonzuela caprichosa, se alejó un día más de la cuenta de su casa, y terminó en los dominios del señor Heathcliff. Éste, con toda la cortesía de que era capaz, condujo a la muchacha hacia su humilde morada. Allí, Catalina descubrió la presencia de un joven de piel sumamente blanca, y de cabello aún más rubio que el suyo; se trataba del joven Linton, el primo cuya ausencia tanto le había entristecido en su momento.

Catalina comenzó a dar brincos sin poder ocultar su dicha, y prometió a su primo visitarle de ahí en adelante. Elena, trató de disuadirla de tal decisión, y le rogó que guardase silencio sobre lo ocurrido aquella tarde; mas la traviesa criatura terminó por contar todo a su padre quien le prohibió que volviera a poner un pie en Cumbres Borrascosas.

A pesar de esto, Catalina se las ingenió para visitar a su primo durante tres semanas consecutivas. Elena acabó enterándose de las escapadas nocturnas de la joven y reveló al señor Linton el comportamiento de su hija. Éste, alarmado, reiteró su prohibición a Catalina quien le prometió, a su vez, que no volvería a infringir sus órdenes.

La salud del señor Linton se fue deteriorando lentamente con el paso de los meses. Entre tanto, conmovido por el afecto que se profesaban los primos, el amo cedió a los ruegos de éstos, permitiéndoles que se dieran cita a mitad camino entre Cumbres Borrascosas y la Granja de los Tordos bajo la supervisión de la señora Dean.

El primer encuentro entre Linton y Catalina supuso una desilusión para ésta, pero fiel a su palabra acudió a la reunión pautada para la semana siguiente. Durante dicha entrevista, la joven mantuvo una seria discusión con su primo, y se negó a brindarle su compañía por más de unos minutos. Linton, angustiado y presa del terror, le suplicó que se quedase con él, pero Catalina se mantuvo firme en su resolución de regresar junto al lecho de su padre. No obstante, el deplorable estado en el que se hallaba Linton no dio pie a más negativas. La muchacha, contemplando el semblante lívido de su primo, no tuvo más remedio que acceder al pedido de éste y acompañarlo, instantes después, hasta Cumbres Borrascosas pues el señorito Heathcliff se encontraba a punto de desmayarse. Tras pasar por el umbral de la rústica morada, Catalina fue encerrada en un cuarto del cual salió cuatro días más tarde tras haber contraído matrimonio con su primo.

Linton Heathcliff; egoísmo y cobardía.

Heathcliff reclamó la custodia sobre su hijo cuando falleció la madre de éste. Linton, quien ya se había instalado en la Granja de los Tordos, se vio forzado a abandonar la mansión y trasladarse a Cumbres Borrascosas donde fue recibido con pocas muestras de cariño. El joven, quien había sido escoltado por Nelly hacia su nueva casa, expresó un intenso temor hacia su padre e intentó regresar a la Granja de los Tordos presa de la desesperación.

—¡Dios, qué hermosura! ¡Qué encantadora, qué fascinadora criatura! —exclamó—. La han debido criar con caracoles y leche agria, ¿eh, Nelly? ¡Oh, maldita sea mi alma! Todavía es peor de lo que esperaba… ¡y el diablo sabe que no esperaba gran cosa! (…) ¡Bueno, basta! —dijo Heathcliff.
Alargó el brazo, dio un tirón brutal del chico y le puso entre sus rodillas. Después le alzó la cabeza sujetándole la barbilla.
—¡Nada de tonterías! No te vamos a comer Linton…, ¿no te llamas así?

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 184 y 185)

Linton recibió una educación ejemplar. Se le puso un preceptor que acudía tres veces por semana a darle lecciones sobre diversas temáticas. Dichas lecciones constituían prácticamente la única distracción del joven. Su salud era sumamente delicada, por lo que escasas veces salía de Cumbres Borrascosas; acostumbraba pasar las tardes acurrucado frente a la estufa de la sala principal, o recostado en su alcoba. Se estimaba que su vida no se extendería más allá de los dieciocho años de edad. En cuanto a su temperamento, era un muchacho que se irritaba con facilidad y despertaba la antipatía de los demás.

—¡José! —llamó al propio tiempo desde dentro una voz desabrida—. ¿Cuántas veces tendré que llamarte? ¡Aquí no quedan más que unas ascuas, José! ¡Ven en seguida! (…) ¡Ojalá tengas que morirte de frío en una buhardilla!

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 209)

Por exigencia de su padre, reanudó su vínculo con su prima y comenzó a dar muestras de profesar un interés romántico por ella. La jovencita en cuestión albergaba un gran afecto por él, pero no disponía del consentimiento de su familia para establecer un noviazgo formal. Linton, amenazado por su padre, le rogaba a la joven que se apiadase de él y correspondiese a sus sentimientos. Conmovida por su ternura, su prima cedía las más de las veces a dichos deseos en la medida en que le era posible; pero a Linton no le bastaba con esto, precisaba que Catalina accediese a ser su mujer.

El señorito Heathcliff, con éste propósito, empezó a mantener una correspondencia regular con su tío y le pidió permiso para cortejar a su hija. Aquél, asombrado por la elocuencia con la que se expresaba su sobrino en sus cartas, otorgó su consentimiento con la condición de que la muchacha no ingresase en los dominios de Cumbres Borrascosas. Por dicha razón, Linton no tenía más remedio que darse cita con su prima a dos millas de distancia de la rústica residencia. Mas Linton se hallaba demasiado débil para poder caminar esa distancia. Aún así, se las ingenió para que Catalina se aproximase hacia su finca cuando hubieron de reunirse.

Durante su segundo encuentro, Linton rompió en llanto y le suplicó a su prima que lo acompañase hasta su casa. El joven estaba descompuesto y precisaba reposo. La muchacha accedió una vez más a sus caprichos, ésta vez en contra de su voluntad. Cuando ambos entraron a la sala, el señor Heathcliff tomó por la fuerza a Catalina y la encerró en un cuarto donde ésta pasó la noche. Al día siguiente, Linton y su prima contrajeron matrimonio y de dicho modo éste se convirtió en el legítimo dueño de los bienes de su esposa. Antes de morir, Linton firmó su testamento cediendo bajo coacción toda su fortuna a su padre.

El señor Lockwood; rectitud e integridad.

Considerándose a sí mismo un misántropo, había decidido pasar unas cuantas temporadas en la Granja de los Tordos alejado del bullicio de las ciudades. No obstante, tal aislamiento sentaba mal a su carácter, pues no dejaba de ser un hombre que disfrutaba del trato mundano a pesar de que su timidez le acarease con frecuencia dificultades para relacionarse con los demás. Precisamente éste había sido el caso el último verano cuando se enamoró de una señorita mientras disfrutaba de unas encantadoras vacaciones en un balneario. La dama en cuestión se había percatado de su interés y quiso incentivarlo para que se atreviese a abordarla. Sin embargo, el señor Lockwood reaccionó con frialdad cohibido por la belleza de la mujer.

Cumbres Borrascosas le pareció un lugar inhóspito cuando se encontró entre sus cuatro paredes con motivo de realizar una visita de cortesía a su dueño. Y éste, a su vez, le impresionó como un ser brutal. Aún así, el señor Heathcliff despertó su curiosidad por algún que otro detalle de su persona. Siendo Lockwood un hombre reservado y prudente, pero sobre todo reflexivo, creyó entrever una supuesta afinidad entre el carácter de aquel individuo y el suyo.

Estas conclusiones lo impulsaron a realizar una segunda visita a su locador al día siguiente. En dicha oportunidad, al ingresar a la sala encontró en ella a una hermosa jovencita a quien no había tenido el placer de conocer la tarde anterior. Se trataba de la nuera del señor Heathcliff.

La susodicha a duras penas había dejado de ser una adolescente. Sus maneras estaban despojadas de toda cortesía, y su semblante reflejaba un profundo sentimiento de desprecio por todo cuanto la rodeaba. Lockwood intentó entablar una conversación con la moza, pero ésta continuó inmersa en sus pensamientos durante el resto de la velada.

Aquella noche, el inquilino de la Granja de los Tordos se vio en la incómoda situación de tener que permanecer en Cumbres Borrascosas hasta que cesara la tempestad de nieve que se había desatado. Trató de conciliar el sueño en la habitación que le designaron, pero la incomodidad del las instalaciones hicieron que permaneciera en vela hasta las tres de la mañana.  Al despuntar el alba, se dispuso sin más demora a regresar a la mansión. Tardó más de dos horas en divisar la vieja construcción y en llegar hasta ella. Sin ánimos de entregarse a ningún tipo de entretenimiento, Lockwood se dirigió a su cuarto y se recostó en su alcoba. Empero, a los pocos minutos, sin saber a qué dedicar las horas, solicitó al ama de llaves que le brindaste su compañía. Quizás la vieja criada pudiese darle informes sobre la encantadora viuda que vivía en Cumbres Borrascosas. Tras enterarse de la dramática historia de la señora de Linton Heathcliff, Lockwood consideró más oportuno renunciar a sus secretas ambiciones de desposar a la chiquilla.

—¡Oh, qué vida tan sombría la que llevan en esa casa! —me decía al bajar por el camino—. ¡Bonita novela, más a lo vivo que un cuento de hadas para la señora de Linton Heathcliff, si nos hubiésemos enamorado uno de otro, como deseaba su buena aya, y hubiéramos emigrado juntos al bullicioso ambiente de la capital!

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 269)

Estructura de la novela

Narrativa

La obra de Emily Brontë emplea dos narradores; la señora Dean, quien relata los hechos en forma retrospectiva, y el señor Lockwood, quien escribe en su diario las circunstancias actuales de los personajes cuando los principales acontecimientos ya han ocurrido. Así, la historia nos refiere pormenores del pasado y del presente.

Existen también breves apartados en los cuales la señora Dean y el señor Lockwood dialogan intercambiando opiniones o discutiendo sobre algún tema en particular. Estos fragmentos constituyen pausas pensadas para crear cierta cadencia en el texto; es decir, una combinación armónica entre las intervenciones de una y otro en el relato.

El siguiente cuadro tiene como propósito ilustrar con más detalle lo recién expuesto.

Relatores por cada capítulo-Cuadro

*Al hablar de “espacio de tiempo”, no nos referimos a las conjugaciones verbales que se utilizan, sino al momento en el cual se desarrolla la acción. Así, cuando en el primer capítulo Lockwood comienza su descripción dejándonos en claro que en ese preciso instante está volcando en su diario los eventos sucedidos aquel día para luego continuar con su narración, hemos de considerar que nos hayamos en el “presente”, pues se nos recuerda que la trama de la historia ha llegado prácticamente a su fin. En cambio, la señora Dean representa el “pasado”, pues relata los eventos respetando su orden cronológico.

Argumental

La esencia de la novela viene dada por una serie de contrastes entre espacios físicos, por un lado, y entre personajes, por el otro. La trama se desarrolla a partir de este esquema de opuestos, y gira constantemente entorno a él como si se tratase de un leitmotiv.

1) Cumbres Borrascosas y La Granja de los Tordos:

La residencia de la familia Earnshaw se describe como una casa antigua enclavada en las montañas y a cada instante azotada por los vientos. Su interior es rústico pues no ha sido diseñado para celebrar bailes ni ningún otro tipo de evento social, sino para proteger a sus habitantes de las adversidades del clima de aquella región. Los muebles, sin embargo, eran de un gusto exquisito cuando el viejo señor Earnshaw era aún el amo de dicho caserón. El mobiliario ha permanecido intacto de generación en generación tras su muerte, lo que ha supuesto que se deteriorase con el paso de los años y ofreciese una apariencia menos reluciente para cualquier huésped.

La Granja de los Tordos, por el contrario, siempre ha sido una espléndida mansión situada sobre el valle; paraje dónde una suave brisa suele acariciar los brezos durante las tardes otoñales. Su sala de estar es de inmensas proporciones, adornada con lujosos objetos de porcelana y cristal, y amueblada con preciosas sillas y mesas de madera, algunas tapizadas en tela y otras en cuero. Los cuartos replican la elegancia del salón, siendo únicamente más pequeños en cuanto a dimensiones.

En lenguaje simbólico, la Granja de los Tordos representa el paraíso, y Cumbres Borrascosas simboliza el infierno.

2) Heathcliff, Catalina Earnshaw y Edgar Linton:

Entre los protagonistas de la novela, es decir Heathcliff y Catalina, existe una clara afinidad pues ambos tienen un carácter apasionado y salvaje. La oposición de elementos se da al comparar el temperamento y apariencia física del primero con respecto a Edgar Linton, y al analizar, luego, la naturaleza del vínculo que une a uno y a otro con Catalina.

Edgar Linton hace su aparición en el capítulo nº6, por lo que recién a partir de ese momento puede observarse cuáles son las semejanzas y disimilitudes entre aquél y Heathcliff. De un primer examen se desprende que las diferencias entre estos personajes no está limitada a su aspecto externo. Heathcliff es un chiquillo de tez morena, ojos negros y cabello castaño; Edgar Linton es un niño de piel pálida, ojos azules, y cabello rubio y rizado. Indudablemente, como no podía ser de otra forma, existe una desigualdad en el nivel de instrucción que cada uno posee, pues Heathcliff se expresa con un lenguaje vulgar e inapropiado, especialmente teniendo en cuenta que ha sido adoptado por una familia de clase alta, mientras que Edgar se desenvuelve como un jovencito elegante y cortés.

Las diferencias entre ambos se acentúan unos años más tarde cuando la degradación a la que Heathcliff es sometido por parte de Hindley produce una profunda transformación en su persona, tanto a nivel moral como físico. Si bien su comportamiento y sus modales distaban de ser correctos cuando niño, era aún una criatura curiosa y despabilada. El arduo trabajo en la finca, y los abusos y humillaciones que hubo de sufrir, acabaron por ahogar su inteligencia convirtiéndolo en un ser huraño, y vulgar. Edgar Linton, en este sentido, no experimentó ningún cambio notable, solo una variación de sus intereses y costumbres en la medida en que alcanzó la edad adulta.

También hay un lenguaje simbólico implícito en lo que acabamos de detallar. Heathcliff, por su comportamiento, es comparado con el diablo, o con un animal salvaje como el lobo; Edgar, en tanto, es comparado con un ángel, o con un cordero. Por otra parte, hay una clara oposición entre lo finito y lo perenne que se trasluce en el tipo de afecto que la heroína profesa por uno y por otro, como ya hemos dicho. La propia Catalina Earnshaw así lo expresa en una conversación que sostiene con Elena Dean en el capítulo nº9.

Mi cariño por Linton es como el follaje en el bosque. El tiempo lo transformará, lo sé, como transforma el invierno los árboles. Mi amor por Heathcliff se asemeja a las rocas inmutables que están debajo: manantial de escasa alegría, aparentemente, pero necesario.

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 73)

En resumen, el sistema de oposiciones está representado por las siguientes relaciones:

  • Heathcliff y Edgar Linton; antagonistas.
  • Catalina Earnshaw y Edgar Linton; antagonistas.
  • Heathcliff y Catalina Earnshaw; amistad y amor platónico, lazo que ofrece contraste con las asociaciones anteriores.

Ideas abordadas en el libro

A) Interacción entre los muertos y los vivos

Ya en las primeras páginas queda de manifiesto que el fantasma de Catalina Earnshaw vaga por la tierra como un alma en pena. En el capítulo nº 3, el espectro intenta ingresar a Cumbres Borrascosas a través de la ventana del que fue su cuarto cuando vivía allí. En dicha escena, el señor Lockwood es el desafortunado personaje que tiene que lidiar con la ilusión fantasmagórica.

El espectro hace algunas apariciones más durante el transcurso de la novela. La primera, en orden cronológico, se produce el día de su entierro, por la noche. Heathcliff es quien ve al fantasma merodeando las proximidades del cementerio. Según su testimonio, desde esa noche, el alma de Catalina lo ha torturado en todo momento, haciendo notar su presencia al mover algún objeto, o al tocar con su mano la espalda de quien se hallase en la misma habitación, pero jamás volviendo a tomar la forma material de su cuerpo. Recordemos que es el propio Heathcliff quien tras la muerte de su amada invoca a su espíritu para que lo acose día y noche.

¡Ah! Dijiste que no te importaban mis sufrimientos…, pues yo voy a rezar una oración…, a rezarla hasta que la lengua se me embote: ¡Catalina Earnshaw, ojalá no halles descanso mientras yo viva!  ¡Dijiste que te había matado! ¡Ódiame, entonces! Las sombras de las víctimas persiguen a sus asesinos, dicen; y yo lo creo. Ya sé que hay fantasmas que yerran por el mundo. ¡Estáte siempre conmigo…, toma cualquier forma…, vuélveme loco, pero no me abandones en este abismo en el que no puedo hallarte! ¡Mi Dios! ¡Es indecible! ¡No puedo vivir sin mi vida! ¡No puedo vivir sin mi alma!

(Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë; La Maison de L’escriture, Editorial Planeta, año 2005, página 149)

El fantasma, tan caprichoso como fuese la propia Catalina en vida, continuó con sus travesuras perturbando la tranquilidad de aquellos que se atrevían a disgustarla al irrumpir en los recintos o en los parajes donde disfrutaba de su soledad. Por ejemplo, su alcoba jamás volvió a ser ocupada por ningún huésped, pues el alma de Catalina solía regresar allí por las noches luego de haberse paseado por el páramo durante las tardes. La última aparición del fantasma tiene lugar al comienzo de la narración, cuando Lockwood se encuentra por segunda vez en Cumbres Borrascosas, como ya hemos mencionado.

B) La encarnación de Satanás en un hombre

Constantemente se hace alusión a Heathcliff como a un demonio, e incluso se llega a creer que se trata del mismísimo Diablo. Varios son los personajes que establecen una conexión entre su aspecto físico y su naturaleza salvaje atribuyéndole un parentesco con Lucifer. El viejo señor Earnshaw introduce a Heathcliff a su familia excusándose ante su esposa por haber obrado sin su consentimiento, y alegando “…has de aceptar mi carga como un regalo de Dios, aunque sea casi tan negro que si saliese de manos del diablo” (página 32). El señor Linton, padre de Edgar e Isabel, exclama al contemplar su semblante por primera vez “Fíjate, no es más que un chiquillo…, aunque lleve en su cara la desvergüenza. Desde luego, sería beneficiar al país si le colgasen, antes de que la mala índole, que se refleja en sus facciones, llegue a exteriorizarse en actos” (página 44). Isabel, ya siendo adulta y habiendo contraído matrimonio con él, escribe una carta a Nelly preguntándole “¿Es Heathcliff un hombre? Si lo es, ¿está loco? Y de no estar loco, ¿es un demonio?” (página 121).

Según el folclore de cada país, existen criaturas que son asociadas con las tinieblas, el infierno, y Satanás; algunas, incluso, se describen como una nueva reencarnación del ángel caído. En la novela de Emily Brontë, se hace mención a varias de ellas representadas también por la figura de Heathcliff. Dicho esto, el concepto de la encarnación del Diablo en un ser humano se ve respaldado por diferentes comportamientos que nuestro personaje sostiene a lo largo del relato. Por ende, su esencia endemoniada se revela al mostrarse ante sus rivales con dos identidades diferentes:

  • Lobo:

La propia Catalina Earnshaw se refiere de este modo a su amigo al proporcionarle una descripción detallada del carácter de éste a su cuñada; “… no vayas a pensar que esconde en su sombría traza tesoros de delicadeza y de afecto. No es el diamante en bruto…, la ostra con la perla. Es un hombre feroz, inmisericorde” (página 91). Nelly, por su parte, expresa el horror que le inspira su regreso a Cumbres Borrascosas; “Me oprimía la sensación de que Dios había abandonado a su insano albedrío a la oveja descarriada, y que, entre su rastro y el redil, rondaba una fiera insaciable aguardando el instante de saltar sobre ella y despedazarla” (página 96). Además, tanto José como la señora Dean comentan en más de una oportunidad que Heathcliff solía articular su voz con inflexiones propias de un animal; “Pegó con la cabeza en el nudoso tronco; luego alzando los ojos se puso a rugir, no como un hombre, sino como una fiera herida de muerte a cuchilladas y con venablos” (página 149).

  • Vampiro

El mismísimo Heathcliff da a entender su condición como tal en una conversación que mantiene con Nelly al respecto de Edgar Linton; “… si él hubiera estado en mi lugar, y yo en el suyo, por mucho que le odiase, hasta el punto de que ese odio hubiese envenenado mi vida, jamás le habría levantado la mano. Pon el gesto de incredulidad que te parezca, pero jamás le hubiese arrojado de su lado mientras ella quisiese su compañía; aunque en cuanto se hubiese cansado de él, yo le arrancase el corazón y bebiera su sangre” (página 132). La criada, más adelante, hace hincapié sobre el aspecto macilento de su rostro, lo afilado de sus colmillos, y las salidas nocturnas que efectuaba con asiduidad; “La luz le dio en la cara mientras le estaba hablando. ¡Oh, señor Lockwood! No sabría expresarle el sobresalto que me produjo aquella visión fugaz. ¡Aquellos ojos negros, tan profundos! ¡Aquella sonrisa! ¡Aquella palidez de espectro! No creí ver al señor Heathcliff, sino un aparecido” (página 291). Si se considera a los vampiros como súbditos del Diablo, la costumbre, arraigada ya durante la convalecencia de Catalina, de pasar las noches deambulando por el patio de la Granja de los Tordos cobra un significado diferente. Isabel declara al respecto lo siguiente; “No sé si los ángeles, o los que luego cayeron en las regiones infernales, le alimentaron todo este tiempo, pero con nosotros no había tomado una sola comida en lo que iba de semana. No volvía hasta el alba, subía a su cuarto y se encerraba…” (página 154).

C) La Biblia y el castigo divino

La tormenta es un elemento simbólico recurrente en la obra de Emily Brontë. La primera tempestad que cae sobre Cumbres Borrascosas como manifestación de la ira de Dios se produce horas después de la súbita desaparición de Heathcliff en el capítulo nº9. José, devoto cristiano al borde de la superstición, se arrodilla en el suelo y comienza a implorar misericordia al Señor pidiendo que salve a los inocentes y condene a los réprobos. Nelly hace otro tanto, aunque con menos vehemencia. Cuando la tormenta cesa, la única persona que ha sido juzgada por el ser Supremo es Catalina Earnshaw quien enferma de gravedad por primera vez. La desgracia, no obstante, se ciñe sobre todos los habitantes de Cumbres Borrascosas quienes deben rendir cuentas por sus acciones. Años más tarde, Heathcliff, al llevar adelante su venganza contra aquellos que lo humillaron en el pasado, resulta ser, de manera indirecta, un medio de castigo de la Providencia.

Otro temporal se desata en el capítulo nº17 tras el entierro de Catalina. El significado de éste es similar al anterior; es un anuncio de calamidades no sólo para quienes viven en Cumbres Borrascosas sino para quienes residen en la Granja de los Tordos. En esta ocasión, sin embargo, son dos los individuos que se deleitan en causar el mayor daño posible a sus semejantes; Heathcliff, cuyos esfuerzos están concentrados en ocasionar la ruina de Edgar Linton, y el espectro de Catalina Earnshaw, que se ocupa de atormentar a Heathcliff por sus pecados. A su vez, el espíritu de Catalina es castigado por Dios al verse compelido a vagar por la tierra como alma en pena.

Por último, en el capítulo nº34, se produce una copiosa precipitación. Su significado es diferente de los fenómenos meteorológicos anteriores pues representa la bondad de Dios para con los penitentes al reinstaurar a los legítimos herederos de las dos principales propiedades de la comarca como dueños de las mismas.

Simbología religiosa

Personajes y Simbología- Cuadro

Aclaraciones:
El estudio de la terminología bíblica es competencia de los teólogos. Aún así, lejos de ser expertos en la temática, tenemos que mencionar qué acepciones hemos utilizado para referirnos a los ángeles caídos y a los demonios, por un lado, y a las almas en pena y las almas errantes, por el otro.
Consideramos a los ángeles caídos como ángeles que vivieron en el Paraíso hasta que fueron expulsados ​​por Dios por su desobediencia y rebeldía;  por eso creemos que en un principio no eran seres codiciosos ni perversos.  Según la Biblia, el primer ángel caído fue Lucifer, quien desafió el poder del Creador y quiso, por soberbia, ser su igual.
Lucifer fue desterrado del Paraíso junto con un ejército de ángeles que lo siguieron al mundo de las Tinieblas. Hemos de decir que en la tradición judeocristiana existen ángeles caídos que no se plegaron a las órdenes del Diablo y que fueron expulsados ​​por otros motivos. Por ejemplo, algunos ángeles quisieron casarse con las hijas de los hombres y por ello abandonaron el Cielo.
En cuanto a los demonios, definimos a estos como espíritus malignos desde su concepción y entendemos que son entidades que siempre se han encontrado en la Oscuridad. Se trata de seres que carecen de una forma física y necesitan penetrar en el cuerpo de un animal o de un ser humano para poder llevar a cabo sus propósitos. En sentido figurado, en el libro de Emily Brontë, varios personajes son considerados “demonios” por el comportamiento que exhiben.
Finalmente, con respecto a las almas en pena y las almas errantes, estableceremos las siguientes diferencias. Las almas en pena son espíritus de personas fallecidas que continúan vagando por la tierra en contra de su voluntad, ya sea porque se les ha prohibido su paso al más allá o porque no han encontrado el camino que conduce a él. Las almas errantes, en cambio, son fantasmas que, por decisión propia, han evitado cruzar al plano existencial que les correspondía después de la muerte. Las razones para permanecer en la tierra son varias; por simple capricho, por haber dejado asuntos pendientes antes de morir, por no haber sido enterrados según los ritos de la religión que profesaron en vida, o por temor a ser llevadas al Purgatorio o al Infierno.

(*) Muchos son los personajes que presentan dos o más identidades simbólicas. En el caso de Heathcliff, Catalina Earnshaw y Hareton Earnshaw, estas identidades se contradicen si se toman en sentido literal. Hay que recordar que el cuadro es una ilustración metafórica de lo expuesto en la novela. Por otro lado, también debemos tener en cuenta que cada elemento simbólico se utiliza para referirse a un aspecto particular de cada personaje. Así, Catalina Earnshaw es retratada como un “demonio” durante su vida, y como un “alma en pena” después de su muerte. Otro tanto sucede con Heathcliff, quien representa la reencarnación del Diablo y es descripto, a su vez, como un “alma errante” tras fallecer. En cuanto a Hareton Earnshaw, presenta una dualidad que en ocasiones lo acerca más a la definición de “ángel” que a la de “demonio”, y viceversa. En términos bíblicos, ni Satanás ni los “demonios” pueden transformarse en “ángeles”, “almas en pena” o “almas errantes”.

Observaciones finales

Una lectura atenta de la obra de Emily Brontë nos permite detectar ciertas pistas que nos revelan de antemano cuáles serán los hechos más relevantes de la trama. En el capítulo nº9, Catalina Earnshaw, al referirse a Heathcliff, describe cómo sería su existencia si se viese privada de la compañía de éste; “…si lo que quedase fuese lo demás y él desapareciera, el mundo me sería ajeno en absoluto, y yo no parecería siquiera de este mundo” (página 73). En efecto, en el capítulo nº 15, el aspecto de Catalina ha cambiado notablemente tras atravesar una grave enfermedad que tuvo su origen en la ruptura de su amistad con Heathcliff. Elena Dean describe su apariencia de la siguiente manera; “Al brillo de sus ojos había sucedido una dulzura ensoñadora y melancólica; ya no parecían interesarse por los objetos que tenían a su alcance, sino que permanecían siempre fijos en la lejanía, en una lejanía muy distante; dijerase que más allá de este mundo” (página 139).

Heathcliff también hace declaraciones que invitan a la reflexión cuando habla de Catalina. En un diálogo con Nelly en el capítulo nº 14, él expresa su opinión sobre el supuesto de que ella lo ha olvidado; “Si fuese verdad, ¿qué podría importarme Linton, Hindley y todos mis sueños? Dos palabras condensarían mi porvenir: muerte e infierno. Después de perder a Catalina mi vida sería para mí el infierno” (página 133). Sin embargo, tal termina siendo el caso. Después de llevar a cabo su venganza, dieciocho años más tarde, el recuerdo de Catalina lo acecha con más persistencia que al principio; “En cada nube, en cada árbol, llenando el aire de noche, visible por pasajeros fulgores en cada objeto durante el día, me hallo rodeado de su imagen” (página 286).

Descubrimos, además, indicios tempranos de los funestos planes de Heathcliff cuando éste es un chiquillo de doce o trece años. Heathcliff manifiesta, en el capítulo nº7, su deseo de desquitarse contra Hindley por sus maltratos; “No me importa esperar con tal de lograrlo (…) Dios no experimentaría la satisfacción que yo —dijo—. No me queda más que encontrar la manera” (página 54). Más aún, siete años más tarde, ya siendo Catalina y él adultos, aquella declara cuál sería el mecanismo más apropiado para infligirle un serio daño; “Riñe con Edgar cuanto quieras, Heathcliff; engaña a su hermana: así habrás dado con el procedimiento más eficaz y exacto para vengarte de mí” (página 100). Recordemos que Heathcliff opta por proceder de esta manera.

Algo similar sucede con la segunda crisis nerviosa que sufre Catalina. Ya hemos hecho mención del padecimiento que la coloca a las puertas de la muerte; y hemos compartido una descripción pertinente sobre el aspecto que ofrecía la enfermera por aquel entonces. Pero nos resta mencionar el presentimiento que albergaba la señora Linton sobre la que habría de ser su suerte si las desavenencias entre su marido y su amigo persistían; “Si no me es posible conservar a Heathcliff como amigo,  y continúa Edgar empeñado en mostrarse celoso y rastrero, haré cuanto esté en mi mano para destrozarles el corazón destrozando el mío. ¡Será una manera expeditiva de acabar si me colocan en el disparadero!” (página 104). Efectivamente, el presagio de Catalina se cumple al pie de la letra. En el capítulo nº15, al que ya hemos acudido al principio de este apartado, se desarrolla una conmovedora escena entre Heathcliff y su amada; escena en la cual él exclama “Yo no te he destrozado el corazón; tú eres quien te lo has destrozado, y al destrozarlo has hecho lo mismo con el mío” (página 144).

Para concluir, en el capítulo nº9 hallamos otra vez una referencia interesante sobre Catalina Earnshaw. Ésta relata a Nelly la siguiente pesadilla que perturbó su sueño una noche; “Si estuviese yo en el cielo, Nelly, sería muy desgraciada (…) Iba únicamente a decir que el cielo se me antojó que no era mi verdadera morada. Me destrozaba el corazón a fuerza de llorar para volver a la tierra, y los ángeles se enfadaron tanto, que me arrojaron en medio del páramo, yendo a caer en la prominencia de Cumbres Borrascosas, dónde desperté llorando de júbilo” (página 71). Cómo se podrá comprobar al leer las primeras paginas del libro, el espectro de Catalina ha estado vagando por la comarca desde hace dieciocho años.

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