Articulo realizado por Eleonor Nolan,
31 de Diciembre, 2020.

Sinopsis:
A pesar de que el título hace mención a la estación Victoria de Londres, la misma es tan sólo una excusa que da pie a la narración de doce cuentos. Casi la totalidad de los relatos se dividen en dos capítulos cuyo punto de enlace es el paso del protagonista por la estación Victoria para emprender un viaje hacia un destino donde concluirá su historia. En ciertos capítulos donde se resuelven los conflicto de los personajes principales de cada cuento, se entrelazan la vida de varios de estos actores. Sin embargo, en la mayoría de las narraciones, esta interacción es superflua y constituye un mero detalle pintoresco y un recurso para dar sentido de unidad a la obra de Cecil Roberts.
Cuentos:
▪James Brown:
Se frotó rápidamente la cabeza, el cuello y el pecho, y se incorporó chorreando después de hundir la cara en el agua limpia(…) Satisfecho de su persona, irguió los hombros y contrajo los bíceps y los músculos pectorales. Nada de extraño tenía el hecho de que tales músculos estubieran muy desarrollados, pues Jim empleaba el día en llevar equipajes y maletas(…) Su pecho liso y blanco, así como sus ojos oscuros y rientes, eran todavía propios de un niño, pero comprobó con evidente satisfacción que tenía el torso y los brazos de un adulto.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 13).
James Brown, apodado Jim, se desempeñaba como maletero de la estación Victoria de igual forma que lo había hecho su padre durante su juventud. Jim no llegó a conocerle dado que aquel falleció antes que él naciera.
Jim tenía una novia llamada Lizzie; juntos solían recorrer las calles de los distritos más lujosos de Londres.
…admiraban las entradas suntuosas y las alfombras escaleras, escuchando con placer la música de jazz cuyas notas salían por las ventanas entreabiertas.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 15).
Jim añoraba la vida de los jóvenes de clase alta. Deseaba progresar y poder darle a su madre y a su prometida todas las comodidades de las que carecían. Quizás nunca pudiese llevar acabo aquel anhelo pero, mientras tanto, le bastaba soñar despierto observando a aquel caballero o a aquella dama con sus elegantes maletas en la estación Victoria.
▪Herr Gollwitzer:
Hospedado temporariamente en el hotel Carlton de Londres, Gollwitzer lamentaba que Hans, su secretario y ayuda de cámara, hubiese sido hospitalizado por una apendicitis. Aunque se encontraba en buen estado de salud, debía permanecer en observación y hacer reposo por varias semanas. Gollwitzer tendría que viajar solo a Salzburgo para dirigir la orquesta del festival de música clásica. Después de haberse despedido de su joven servidor, Gollwitzer se dirigió a las dos de la tarde, después de almorzar, a la agencia <<Cook>> para recoger su billete de viaje. Allí lo atendió un empleado que contaba con no más de veintidós años de edad, igual que su querido Hans. Gollwitzer mantuvo una conversación con aquél y de esta manera se enteró que era padre de familia; su esposa había dado a luz esa misma mañana a un niño. Gollwitzer recibió con amargura aquella noticia, y una vez que tuvo su billete de viaje, regresó al hotel.
Veintidós años, feliz en su matrimonio y padre de un chiquillo. Yo tengo sesenta años, mi matrimonio fue un fracaso y no tengo un hijo. ¡El mundo entero cree que mi vida ha sido un éxito! Das Leben ist eine Kunt: Ja, no lo he sabido nunca. Sí, Friedrich Gollwitzer, la vida es un arte y a pesar de tus años no lo has comprendido.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 27).
▪Dorothy Blake:
Hace dos años, cuando Dorothy viajaba en coche con su tío John y su prima Gladys hacia Walley Manor, su vehículo sufrió un desperfecto. Derek Beddington Blake casualmente pasaba por aquel camino y se ofreció a auxiliarlos, pero sus intentos para reparar el automóvil resultaron todos fallidos. En vista de que Dorothy y sus familiares tendrían que llamar a alguien para remolcar el coche, Derek accedió a la petición del tío John y trasladó a los Blake en su camioneta hacia la casa en la cual aguardaban su llegada. Así Dorothy conoció a su futuro esposo.
En el día de su casamiento, unas horas antes de la ceremonia, consumo nerviosismo, Dorothy arreglaba sus ropas.
Ayudada por Gladys y Anna, Dorothy empezó a vestirse. Friar estaba junto a ella para entregarle cuánto necesitara. Dorothy se quitó el vestido que había llevado durante la mañana y contempló su imagen reflejada en el espejo. Parecía una sílfide. <<La próxima vez que me desnude -pensó-, este cuerpo ya no me pertenecerá ver todo. Las manos de mi amado lo acariciarán. ¡Qué doloroso sería parecer menos bella de lo que él esperaba!>>
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 38 y 39).
Para su pesar, su dicha se veía estropeada por tener que dejar a su padre.
Sus dos hermanas estaban casadas, y su hermano se hallaba en la India con su regimiento. Ella era la última en abandonar la casa. Recordaba también la muerte de su madre, ocurrida cuatro años antes; evocaba el momento en que se echó en los brazos de su padre prometiéndole que no le abandonaría nunca, nunca… Iba a marcharse abandonándole en aquella casa londinense demasiado grande para su soledad.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 32).
Así empieza la historia de Dorothy Agnes Sewell antes de convertirse en la señora de Blake.
▪Nicolás Metaxa:
Nicolás llegó a la ciudad de Atenas con tan sólo doce años y tuvo que ingeniárselas en más de una ocasión para conseguir trabajo. Se desempeñó en varios oficios dentro de los cuales se destacó como ayudante de jefe de cocina de un restaurante. Nicolás se inclinaba por el quehacer gastronómico y deseaba instalar su propio establecimiento.
Un día, cuando Nicolás llevó a arreglar los zapatos del cocinero conoció a Xenia.
Era graciosa como una gata y sus movimientos tenían felina facilidad. Acusábanla a veces de ligereza, pero Xenia era una de esas mujeres que despiertan la pasión en los corazones involuntariamente y sin coquetería.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 52).
Xenia tenía dieciséis años cuando Nicolás la vio por primera vez. Era hija única, trabajaba por las mañanas en la zapatería de su padre y por las tardes en el café Licaberto como camarera.
Tras un arduo cortejo, Nicolás logró que Xenia aceptase una relación formal. Aunque al principio de su noviazgo la muchacha no correspondió a sus sentimientos como a éste le hubiese gustado, con el transcurrir del tiempo acabó dando muestras de lo profundo que era su amor cuando debieron optar por mantener una relación a distancia. Nicolás estaba desempleado y a duras penas encontraba alguna ocupación temporaria para subsistir.
-…Es precisó que vayas a Londres. Allí se gana dinero. Mi primo se ha enriquecido allí. Me ha escrito diciendo que piensa volver algún día y comprar aquí una granja. Es actualmente segundo cocinero y lleva a su esposa en un coche propio; me ha enviado una fotografía del automóvil.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 59).
En Londres Nicolás podría ahorrar dinero para instalar su propio restaurante en Atenas junto con Xenia. El primo de ésta le conseguiría una empleo en el restaurante «Phaleron» donde él se encontraba trabajando. Permanecería allí cuatro o cinco años y luego regresaría para reunirse con Xenia y llevar a cabo su proyecto.
▪Sixpenny:
-Tienes un aspecto más que horrible -exclamó Gerry examinando a su amigo.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 68).
Sixpenny tenía el pelo revuelto, uno de sus calcetines estaba arrugado sobre el zapato, llevaba el pantalón lleno de yeso y tenía la cara y las manos sucias. Nadie habría creído que aquel niño mal vestido era el heredero de la corona de Eslavonia. Sixpenny era mote; menos de un año antes, Gerry Hamilton tomó al príncipe bajo su protección cuando éste llegó, tímido y cohibido, a Inglaterra. Los demás colegiales hicieron poco caso de aquel niño de ojos negros, cuyo escaso vocabulario no comprendía más que las escasas palabras que le enseñara su institutriz.
Sixpenny vivía desde hacía un año con el señor y la señora Hamilton, y con su hijo, Gerry, que tenía casi la misma edad que él. Su nombre verdadero era Pablo, «Sixpenny» había surgido como apodo entre sus compañeros de colegio. Una mañana, los miembros de la embajada de Eslavonia fueron a buscarle a casa de los Hamilton con terribles noticias: su padre había muerto, por lo que él era el nuevo rey y debía regresar inmediatamente a su tierra. La vida de Pablo estaba destruida. Ya no podría recorrer alegremente las calles de Gran Bretaña como lo había hecho hasta ese entonces con Gerry, y jamás volvería a ver a éste ni a ninguno de los integrantes de la familia Hamilton. Como recuerdo de aquel año compartido con ellos le quedaba tan sólo un simpático conejo de Angora que Gerry le había regalado el día anterior. Sixpenny, con apenas trece años cargaba a sus espaldas con la responsabilidad del reinado de su país.
▪Henry Fanning:
Pero lo que ni sus fieles lectores ni los críticos sabían es que él era un hombre acabado. La novela que aclamaban había sido escrita catorce meses antes. Desde entonces no había sido capaz de escribir una sola línea. Al cabo de nueve meses de ociosidad desmoralizadora, había intentado escribir en tres ocasiones. Inútiles intentos.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 78).
Alcanzadas estas instancias, Alicia, comenzaba a preocuparse por Henry, quien nunca había tardado tanto en retomar su actividad y elaborar otra novela. Por lo general, luego de dar los últimos retoques a su último libro, pasaba cuatro meses lamentándose y exclamando que su carrera estaba arruinada, hasta que un día la inspiración acudía a él y volvía a encerrarse en su estudio hasta finalizar una nueva obra. Pero más de un año había transcurrido sin que hubiese escrito más que algunos párrafos; la situación se volvía preocupante. Por esta razón, tanto su esposa, Alicia, como sus hijos, habían decidido incitarlo a realizar un viaje por Austria para encontrar un argumento para su próxima novela. Fanning se veía así expulsado de su casa. Y, para aumentar su pesar, por tres meses, por culpa de aquel dichoso viaje, no vería a su nieto Roger. Fanning sentía gran afecto por el pequeño y esa sería la última mañana que compartiría con él.
Mientras se aseaba para ir a casa de su hijo para despedirse de Roger, una tal señora Lessing llamó por teléfono.
«¡Oh! Señor Fanning; seguramente usted no me recuerda. Soy la señora Arthur Lessing. Estaba frente a usted en la cena ofrecida por la <<Empire Society>> la semana pasada(…) Ayer, en la agencia <<Cook>>, vi una hoja en la que estaba inscrito su nombre. Le pregunté al empleado si se marchaba usted a Austria, y así es. Mi hija también va; se marcha en el mismo tren que usted(…) Señor Fanning, mi hija admira mucho sus libros. Y no he podido negarme a pedirle, señor Fanning, como favor, qué tomando los dos el mismo tren y yendo a Viena juntos, ella pueda conocerle».
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 82 y 83).
Henry despachó cómo pudo a la señora Lessing, estaba acostumbrado a recibir cartas y llamadas de sus admiradoras. Unas horas más tarde, se encontró en la estación Victoria profundamente triste y desesperanzado por su futuro.
▪Sor Teresa:
A los cincuenta y dos años, Lady Úrsula Greyne, hija del cuarto Márquez de Downhouse y viuda de Sir Grahame Greyne, que fue embajador de Su Majestad el rey de Inglaterra en Washington, desapareció de la aristocracia londinense. Su hija se había casado bien, y su hijo seguía la carrera diplomática que prometía ser tan brillante como la de su padre; el hijo menor de Lady Úrsula había muerto en la guerra.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 95).
Lady Úrsula Greyne cogió los hábitos y se convirtió en una hermana de la orden de San Vicente de Paul y pasó a ser llamada Sor Teresa. Tras veinte años en el orfanato de San Vicente de Predeal, en Rumania, fue elegida como madre superiora.
Cada cinco años, Sor Teresa volvía a Inglaterra para visitar a su familia; en esta oportunidad había adelantado su viaje dos años.
…desde hacía algún tiempo sentirse invadida por una debilidad creciente, y, además, notó el abultamiento anormal de una glándula del cuello.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 96).
Sor Teresa, por ende, visitaría al médico que había visto crecer a sus hijos, y que había atendido a su esposo durante su enfermedad. Aquél la derivó con un especialista que confirmó el diagnóstico de leucemia crónica. Sor Teresa ya se había despedido de la vida mundana hacía veinte años atrás, y estaba preparada para despedirse de la vida terrenal si esa era la voluntad de Dios.
Durante esos días en Londres recordó su juventud y el momento en que vio por primera vez a Grahame en casa de los Colonetti cuando ella aún vivía en Roma con sus padres. Por aquel entonces, Úrsula estaba comprometida con Lord Stephen Tallerd; no le amaba, pero aquella unión le estaba impuesta. Varios meses más tarde, planeó con Grahame su huida la antevíspera de su boda.
-Úrsula, no tienes derecho a seguir así. No quieres a Tallard. Me quieres a mí y no debes casarte con Stephen. Serás desgraciada toda tu vida. Sabes lo autoritario que es. Te quiero más que a mi vida. ¿Para qué sacrificarnos si con ello perpetramos un error? ¿Quieres confiar en mí y hacer lo que diga?
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 102 y 103).
(…)-¡Grahame, no puedo hacerlo! ¡Querido, no es porque no te quiera ni desconfíe de ti!- exclamó angustiada.
(…)-Puedes hacerlo, y lo harás. En la estación Victoria, a las cuatro y cuarto. El tren de París sale a las cuatro y media. Úrsula, hemos de irnos; no conviene que nos vean juntos aquí -dijo Grahame, llamando al camarero.
Cincuenta años más tarde, Úrsula de nuevo se paseaba por los alrededores de la estación Victoria como aquel día, y en unas horas se despediría para siempre de sus hijos y de sus nietos.
▪Percy Bowling:
El pobre Percy siempre había sido la mula de carga de su familia, en parte por ser el menor de seis hermanos. A los catorce años tuvo que abandonar la escuela y ponerse a trabajar para colaborar con la economía familiar, responsabilidad de la que se desentendieron los otros tres hijos varones.
Cuando su padre falleció la situación se volvió más complicada; afortunadamente, luego de que dos de sus hermanos abandonaran la casa para establecerse con su propia familia, quedaron disponibles dos habitaciones que inmediatamente se utilizaron para hospedar inquilinos. También sus dos hermanas mujeres se casaron por lo que en la residencia familiar sólo quedaron su hermano Arturo, su madre y él.
La primer Guerra Mundial produjo estragos en la familia. Dos de sus hermanos murieron y cuando él regreso del frente de batalla tardó seis meses en volver a encontrar trabajo ya que los casados tenían prioridad por sobre los solteros.
Durante los años previos a la guerra, Percy comenzó a ser el sustento económico no sólo de su madre sino también de los hijos de sus hermanos. Esta situación se acentuó cuando el enfrentamiento bélico hubo culminado. Percy debió hacerse cargo de una de sus cuñadas que había quedado viuda y del cuidado de la niña que esta mujer había tenido con su hermano Alberto.
De esta forma transcurrió el tiempo. A los cuarenta años, Percy todavía era soltero y contaba con un puesto en una fábrica de autos que le proporcionaba muy buenos ingresos, aunque la mayor parte de estos estaban destinados a solventar los gastos que implicaba la ropa y la educación de sus sobrinos. Cuando la señora Bowling falleció, Percy se instaló en la residencia de su hermano Henry para vivir en compañía de éste y de su familia. Pero a los pocos meses se percató de que todos los habitantes de aquella casa pretendían abusar económicamente de él.
Un día Percy recibió un cheque por quinientas libras como resultado de una póliza que su madre había pagado con gran esfuerzo y en varias cuotas a nombre suyo. Con esa cantidad podía fácilmente empezar una nueva vida en cualquier lugar del mundo. Percy Bowling, el «soltero egoísta», por primera vez se encontró ante una encrucijada. ¿Debía seguir a las ordenes de toda su parentela por la cual se había desvivido más de veinte años, o debía aprovechar la oportunidad para escabullirse sin que nadie se diese cuenta y hacer lo que a él le apeteciese?
Un día de Navidad en que estaban todos reunidos, Percy pensó que si le quitará bruscamente lo que él les había dado, se daría un curioso espectáculo. Dos de sus sobrinos quedarían completamente desnudos, Alicia no tendría dientes postizos, el coche de Henry y dos terceras partes de la casa desaparecería y se esfumarían algunos muebles y joyas.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 122 y 123).
▪Alejandro Bekir:
En París, Alejandro conoció a Julia Huysman quien habría de convertirse en su mujer. Alejandro era unos años mayor que Julia pero esto, lejos de ser considerado un inconveniente por los padres de ésta, fue tomado como un indicio de que el matrimonio funcionaría sin inconveniente alguno. Por lo demás, había un aspecto más preocupante para llevar a cabo el enlace; Julia era católica y Alejandro era mahometano.
Alejandro aceptó realizar la ceremonia siguiendo los preceptos de la religión de la familia Huysman, y juró que su descendencia sería educada en el catolicismo.
Tuvieron tres hijos, dos mujeres y un varón. Lucila, la mayor, nació en París. Dorotte, llamada así en honor a su abuela materna, también nació allí. En cambio, Aquiles nació en Londres, ciudad en la que el matrimonio vivía desde hacía varios años.
Cuando Alejandro y Julia se vieron en la necesidad de abandonar Francia, la señora Huysman, que ya era viuda por aquel entonces, fue invitada a instalarse con ellos en Inglaterra. Pese a la aversión que sentía la suegra de Bekir hacia los ingleses, aquella aceptó la propuesta y llevó consigo a su criada predilecta.
-¿Cómo puede crear tales cosas? -exclamó al hablar de la fe de su yerno con la criada, a la que se confiaba con frecuencia.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 134 y 135).
(…)-¿Usted sabía que él era mahometano cuando se casó con su hija?
-¡Claro está que lo sabíamos! Y, sin embargo, mi hija y él son felices – replicó la señora Huysman que ya lamentaba haber sido desleal con su yerno.
Alejandro era el socio más joven de una compañía dedicada a la exportación de tabaco en el Asia Menor. La sede principal se encontraba en Salónica, y su padre era el presidente de la compañía. Cada año Alejandro debía trasladarse hacia Salónica y permanecer allí tres meses; luego retornaba a Londres para la época de las festividades navideñas. La señora Huysman aprovechaba este acontecimiento para comunicar a su hija sus sospechas sobre la vida de su yerno mientras ésta hacia oídos sordos a las palabras de su madre. La señora Huysman estaba obsesionada no sólo con las creencias religiosas de Alejandro sino también con los ingresos que éste obtenía con su trabajo; aunque su curiosidad siempre quedaba insatisfecha pues su yerno daba respuestas vagas al respecto.
-Estoy segura de que Alejandro es muy rico – dijo cierto día la señora Huysman-; creo que podríamos tener un automóvil mejor y salir con más frecuencia. ¿Por qué no alquila un hotelito en Cannes para el invierno, como hacía tu padre? Sé que el clima de Londres acabará efectivamente matándome.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 133).
Lo cierto era que Alejandro poseía una gran fortuna. Era millonario, pero hasta su hermano ignoraba este dato.
▪El coronel Zoronoff:
El general Pablo Vladimir Zoronoff observó a sus amigos ingleses reunidos en un almuerzo que tenía efecto en el <<Reform Club>>(…) Aquél era un almuerzo íntimo en su honor, para cerrar su visita anual a Inglaterra(…) Su traje estaba irreprochablemente cortado y era de muy buen tejido. Su bigote y su bien cortada barba blanca le daban un aspecto muy distinguido; sus ojos grises, sus párpados oblicuos, contribuían a darle una expresión imperiosa, así como su pelo gris, cuidadosamente cepillado. Tenía la cabeza bien proporcionada, y al sonreír perdía su rostro toda severidad, reflejando toda su agradable personalidad. Su voz, que no había perdido el acento extranjero, tenía un timbre grato. Aunque había cumplido ya los sesenta años, no lo parecía; a pesar de las desgracias, conservaba aguda inteligencia y cuerpo vigoroso.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 147).
Pablo Vladimir Zoronoff, ex comandante de la tercera división de caballería de Su Majestad Imperial el Zar Nicolás, y descendiente de una antigua familia de la nobleza sajona establecida en el Báltico, estaba en la ruina y subsistía únicamente como chofer para la agencia <<Cook>> de París. Tras la revolución bolchevique que trajo consigo la destrucción del imperio ruso, Zoronoff debió huir de su país y vivir en el exilio junto a su esposa la princesa Nadia quién había fallecido hace cinco años.
Sus dos hijos varones habían muerto en tiempos de guerra, uno en el campo de batalla y otro en una prisión moscovita. Sus hijas, en cambio, habían logrado establecerse como institutrices en un pensionado en Lausana.
Luego de la muerte de su esposa, Zoronoff se vio sumergido en la más profunda soledad y retomó su trato con algunos amigos por correspondencia. Uno de estos era el comandante Broad de Inglaterra, quien al enterarse de la penosa situación de Zoronofff hizo los arreglos necesarios para invitarlo a pasar un mes en Londres. Durante aquella estadía, Zoronoff logró olvidar sus angustias y volvió a verse rodeado de viejos conocidos. Además, se vio agasajado con los lujos y comodidades de sus años de gloria.
Luego de aquellas maravillosas semanas, Zoronoff debía reincorporarse a la agencia <<Cook>> y partir al día siguiente para Salzburgo para ponerse al servicio de dos señoras americanas que deseaban trasladarse desde allí hasta Venecia.
▪El doctor Wyfold:
Se había retirado después de ejercer la medicina en el África occidental; era viudo, tenía sesenta años y no quería cambiar sus costumbres. Siempre le había asombrado la pasión que empujaba a sus compatriotas a huir de Inglaterra cada verano durante el mes de agosto(…) Prefería leer el Times cada mañana al desayunar, oír la radio a la hora del té -momento en que solían las emisoras emitir música alegre-, vestirse despacio en la habitación, que daba al jardín, y, después de una comida tranquila, beber un vaso de oporto y fumar bajo la pérgola.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 158).
A pesar de disfrutar de la vida en soledad, el doctor Wyfold recibía con gusto las visitas de sus sobrinos las cuales se daban con cierta frecuencia. Justamente, hace unos cuantos meses se desconocía el paradero de uno de ellos; Reginaldo. La madre de éste, Janette, había ido a visitarle para rogarle que fuese en su búsqueda.
-Tú dirás lo que quieras, pero estoy segura de que hay una mujer detrás de todo eso -dijo Janette después de haber mostrado a su cuñado una docena por lo menos de las cartas dirigidas a ella por Reginaldo-. Fíjate en la dirección: <<Apartado de Correos, Gmunden.>> Esto no aclara nada, y, en realidad, es como si nos encontrásemos ante una muralla.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 159).
-Pero si hay una mujer influyendo en sus decisiones, ¿qué crees tú que está haciendo en Gmunden durante todo este tiempo? -preguntó el doctor Wydolf.
Janette siempre había sido sobreprotectora con Reggie; pero el muchacho era educado, atento, y jamás había dado indicios de que pudiese comportarse de aquella manera. Se negaba a regresar a Inglaterra y a dar datos precisos sobre su ubicación.
El doctor Wydolf no deseaba inmiscuirse en la vida de su sobrino, pero Janette, hecha un mar de lágrimas, terminó por convencerle.
-…Es un misterio lo que pueda estar haciendo ahora. Ricardo, debes ir a buscarle y lograr que vuelva, cualquiera que sea la causa que le retiene allí.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 159).
Resignado, el doctor Wydolf se encontró viajando por mar camino a Austria todavía con dudas sobre cómo proceder frente a su sobrino.
▪Elisa Vogel:
Siempre habían dicho a Elisa Vogel que las grandes ciudades eran lugares de perdición y que París podía considerarse como la más pervertida de todas.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 169).
Elisa había perdido a su padre y a dos de sus hermanos; su familia, de ser numerosa, pasó a estar compuesta por su madre y por otros dos hijos varones que trabajaban en la carpintería que habían heredado de su progenitor. Cuando uno de ellos contrajo matrimonio y abandonó la casa familiar, Elisa tuvo que buscar trabajo con apenas catorce años.
Al cabo de un tiempo, tanto ella como su madre, empezaron a sufrir maltrato por parte del único hijo varón que permanecía todavía en la vivienda. Tal era el temor que aquel infundía que un día Elisa, con dieciocho años de edad, decidió ir a vivir a la ciudad parisina donde consiguió trabajo como segunda camarera en casa de la señora Lebrun a quien había conocido en Austria.
Unos meses después de su llegada, el Conde Pedro de Clarens, un hombre apuesto de veinte años, sobrino de la señora Lebrun, se estableció en la residencia para pasar una temporada. Inmediatamente, el Conde Pedro reparó en la belleza e inocencia de Elisa y comenzó a hostigarla.
Una noche, Elisa se despertó sobresaltada. Abrió los ojos y quedó sorprendida al ver que la luz eléctrica estaba encendida sobre su cama. Sentóse y dio un grito.
(Estación Victoria a las 4’30, de Cecil Roberts; Ediciones Orbis, S.A; página 174).
El Conde Pedro estaba allí, sentado en una silla. Mordía un gran trozo de pastel, y la miraba con una expresión a la vez burlona y divertida.
(…)-Buenas noches, pequeña – dijo sin dejar de masticar.
La sorpresa y el temor tenían paralizada a Elisa, que no pudo pronunciar una sola palabra.
-Vamos, no tengas miedo. Tenía mucho apetito, y he bajado para ver qué había en la despensa. Si provocas una escena y alguien se despierta…, lo cual no es probable porque todos están en la buhardilla…, yo caería en desgracia… ¿Verdad que no le harás eso al pobre Pedro?
Los acercamientos del Conde Pedro se hicieron cada vez más frecuentes, y como solución Elisa sopesó la posibilidad de comunicar a la señora Lebrun lo que estaba sucediendo con su sobrino. Desafortunadamente, aquel consiguió que Elisa acatase su voluntad antes que ésta rebelarse su comportamiento.
Crítica:
1)Estructura asimétrica:
El libro tiene dos secciones, una destinada a presentar el capítulo primero de cada cuento y la otra a presentar el capítulo segundo.
La primer sección se caracteriza por una organización prolija y meticulosa; la segunda, en cambio, se halla totalmente sumida en el desorden. El siguiente cuadro ayudará a comprender mejor éste concepto.
PRIMERA SECCIÓN (Introducción del personaje principal y de su problemática) | SEGUNDA SECCIÓN (Resolución de cada situación personal) |
Capítulo I: James Brown | Capítulo XIII: Henry Fanning |
Capítulo II: Herr Gollwitzer | Capítulo XIV: Dorothy Blake/ Elisa Vogel, Herr Gollwitzer, Dr. Wydolf, Sor Teresa/ Dorothy Blake, Henry Fanning |
Capítulo III: Dorothy Blake | Capítulo XV: Her Gollwitzer/ Coronel Zoronoff |
Capítulo IV: Nicolás Metaxa | Capítulo XVI: Dr. Wydolf |
Capítulo V: Sixpenny | Capítulo XVII: Percy Bowling |
Capítulo VI: Henry Fanning | Capítulo XVIII: Sixpenny |
Capítulo VII: Sor Teresa | Capítulo XIX: Alejandro Bekir |
Capítulo VIII: Percy Bowling | Capítulo XX: Alejandro Bekir/ Sor Teresa |
Capítulo IX: Alejandro Bekir | Capítulo XXI: Nicolás Metaxa |
Capítulo X: Coronel Zoronoff | |
Capítulo XI: Dr. Wyfolf | |
Capítulo XII: Elisa Vogel |
Como puede observarse, el orden establecido en la primer sección del libro no es respetada en la segunda. Por otro lado, en ésta ya no hay un capítulo reservado para cada relato sino que se comprimen varios desenlaces en uno sólo sin que necesariamente sus protagonistas, ni sus destinos, tengan vínculo alguno entre sí (salvo en un único caso). Dicho esto, la disposición interna de la segunda sección en capítulos resulta ridícula por su falta de congruencia.
2)Redundancia narrativa:
En prácticamente todos los cuentos, su continuación en un segundo capítulo es innecesaria por una de las siguientes razones:
- La incógnita planteada ya ha sido resuelta en el primer capítulo.
- No ha sido planteada ninguna incógnita que deba ser resuelta.
Aún así, en algunos relatos, su continuación da un valor agregado a la historia.
Teniendo entonces en cuenta todo lo que acabamos de expresar, podemos dividir los cuentos en tres categorías:
- Aquellos que no necesitaban un segundo capítulo pero se ven beneficiados por éste;
- Aquellos que no necesitaban un segundo capítulo y sí se ven perjudicados por la presencia de éste;
- Y aquellos en los que es de vital importancia.
CONTINUACIÓN INNECESARIA DEL RELATO, Y EN DETRIMENTO DE SU CALIDAD LITERARIA | Percy Bowling, Alejandro Bekir |
CONTINUACIÓN CON RESULTADO PINTORESCO, AUNQUE PRESCINDIBLE | Elisa Vogel, Dorothy Blake, Coronel Zoronoff, Her Gollwitzer, Sor Teresa, Sixpenny |
CONTINUACIÓN INDISPENSABLE | Henry Fanning, Dr. Wydolf, Nicolás Metaxa |
3)El cuento sin final:
Llegados a éste punto, y si se ha estudiado cuidadosamente el último cuadro, debemos decir que hay un cuento que directamente carece de capítulo segundo y es aquel que trata de la vida de James Brown. El proceder de Cecil Roberts ha sido el adecuado. No había nada más que decir sobre este personaje y su historia había quedado cerrada en el único capítulo destinado a él.
4)La novela que nunca fue:
Hay un motivo por el cual Cecil Roberts no optó por la típica estructura de los libros de cuentos en la cual cada relato consta de una cierta cantidad de capítulos y estos se suceden uno detrás del otro repitiéndose luego el mismo proceso con un cuento diferente. Cecil Roberts quiso que su obra fuese una novela, y que la segunda parte del libro, con sus interacciones entre los distintos protagonistas, terminase por consolidar este esquema.
Conclusión:
La forma minuciosa en la que los protagonistas fueron elaborados, al igual que las distintas circunstancias en las que estos se ven envueltos, resulta atractiva para el lector en un principio. Sin embargo, el empeño en hacer de este libro una obra más pretensiosa de lo que en realidad es, terminó estropeado la posibilidad de dar a luz a un libro más modesto pero de mejor calidad como lo hubiese sido una simple recopilación de relatos cortos.