
Entrevistador: Buenas noches, una vez más, a nuestra querida audiencia. En este programa, que hemos dado en llamar «Y usted, ¿qué piensa?», tenemos, en el día de hoy, a dos emblemáticos escritores de la novela gótica. Demos una calurosa bienvenida a Mary Shelley, autora de Frankenstein o El moderno Prometo, y a Robert Louis Stevenson, reconocido por La isla del tesoro y Doctor Jekyll y Mr. Hyde. (Dirigiéndose a uno y a otro) Estimados, les agradezco que hayan aceptado esta invitación.
Mary Shelley, Robert Louis Stevenson (al unísono): Es un placer.
Entrevistador: Quizás les resulte a ustedes extraño que les diga esto, pero…
Robert Louis Stevenson (intrigado): ¿De qué se trata?
Entrevistador (con un suspiro): ¡Siempre he querido ser escritor! ¡Ha de ser un trabajo fascinante! ¿No es así? Además, debe suponer un desafío constante.
Robert Louis Stevenson: ¡Ah! ¡Ya veo! Quizás esté usted idealizando esta profesión. «Nuestro negocio en este mundo no es tener éxito, sino seguir fracasando, con buen ánimo».
Entrevistador (con visible desilusión): ¡¿En serio lo dice?!
Robert Louis Stevenson: ¡Absolutamente! ¿Qué ha creído usted? «La dificultad de la literatura no es escribir, sino escribir lo que quieres decir; no afectar al lector, sino afectarlo exactamente como deseas». ¿Comprende a qué me refiero?
Entrevistador: ¡Desde luego! Sin embargo…
Robert Louis Stevenson (interrumpiéndolo): Escuche, se que está usted decepcionado. No obstante, hágame caso, y evítese este dolor de cabeza. Es una triste realidad pero la mayoría de las veces «un hombre descubre que se ha equivocado en cada etapa de su carrera, solo para llegar a la asombrosa conclusión de que al final tiene toda la razón».
Entrevistador: Aún así, quizás…
Robert Louis Stevenson (dándole una palmada en el hombro): ¡Caballero, no se desanime! Y, entre usted en razón. «Los libros son buenos a su manera, pero son un pobre sustituto de la vida».
Entrevistador: Ya veo, de todas formas tal vez podría usted darme su opinión sobre algunos escritos, de mi autoría, claro está, que atesoro desde mi niñez.
Robert Louis Stevenson: ¡Ah, la niñez! ¡Ah, la juventud! ¡Vamos! «La vida no se trata de tener buenas cartas, sino de jugar bien las malas».
Entrevistador: ¡Desde luego! Pero insisto…
Robert Louis Stevenson (con tono complaciente): «Por supuesto, comienza tu folio». Jamás me cansaré de decirlo. «Incluso si el médico no te da un año, incluso si duda en darte un mes, haz un esfuerzo valiente y verás lo que puedes lograr en una semana».
Entrevistador: Es que… Creo que usted no ha sabido interpretar mis palabras. Tengo algunos escritos que sería para mí un honor que usted leyera.
Robert Louis Stevenson (distraídamente): ¡Desde luego! Algún día, ya nos pondremos de acuerdo. No hay ningún apuro. Al fin y al cabo, «¿hay algo en la vida tan decepcionante como el logro?».
Entrevistador (frustrado, y para sus adentros): Quizás sea mejor abandonar este tema…
Robert Louis Stevenson: ¡De qué se preocupa, hombre! Siempre podrá dedicarse a cualquier otra cosa. Haga como yo, y disfrute un poco de la vida y de lo que ésta le ofrece. «El vino es poesía embotellada». ¡Vamos, brindemos con una copa! ¡Ah, nada más placentero!
Entrevistador (resignado y dirigiéndose a la única dama en la sala): Estimada Mary, ¿le importa si le hago algunas preguntas sobre su trabajo como escritora?
Mary Shelley: Claro que no, y será para mí un placer. Pero antes, permítame que le pida algo. No se angustie; se lo suplico. «Nada contribuye tanto a tranquilizar la mente como un propósito firme, un punto en el que el alma pueda fijar su mirada intelectual». Usted podrá crear alguna obra valiosa.
Entrevistador (aún afligido): ¡No tiene usted idea cuánto se lo agradezco!
Robert Louis Stevenson: Es cierto. «Dedicarse por completo a algún ejercicio intelectual es haber tenido éxito en la vida».
Mary Shelley: Sin duda. Piénselo usted así. «Un ser humano que aspira a la perfección debe mantener la serenidad y la calma, sin permitir que las pasiones o el deseo transitorio invadan su espíritu». ¿Me entiende?
Robert Louis Stevenson: ¡Por supuesto! «Las mentes tranquilas no pueden perplejarse ni asustarse, sino que siguen adelante, en la fortuna o la desgracia, a su propio ritmo, como un reloj durante una tormenta eléctrica».
Entrevistador: Mucha verdad.
Mary Shelley (reflexionando): Y aún así… Creo prudente afirmar que «nunca hacemos lo que deseamos en el momento en que lo quisiéramos…».
Robert Louis Stevenson (asintiendo con la cabeza): Esto es indudable.
Mary Shelley: «…Y cuando anhelamos algo fervientemente y lo conseguimos, aquello o nuestra naturaleza se altera, de modo que nos deslizamos desde la cima de nuestras aspiraciones y nos hallamos luego donde estábamos al principio».
Entrevistador: He sido un idiota. Tienen ustedes razón… (Secándose unas lágrimas) Debo pedirles que me disculpen… Quizás…
Robert Louis Stevenson: ¿Sí, caballero?
Entrevistador: Yo…tal vez…
Mary Shelley (Con tono maternal): Oiga lo que tengo para decirle. «De más joven necesité bondad y empatía, pero no me consideraba una persona digna de una y otra».
Entrevistador: ¿Por qué habla usted de esta manera?
Mary Shelley: Tengo mis razones. Y una de ellas es que, por algún tiempo, «la soledad fue mi único consuelo; una soledad profunda, oscura y lúgubre». Excepto, quizás, en una ocasión.
Entrevistador: ¿A cuál se refiere?
Mary Shelley: Pues, verá usted…Estaba yo en compañía de mi hijo William, de su padre, Percy y Claire Clairmont, con quien nos unían lazos de sangre, cuando, a fines de mayo de 1816, decidimos alojarnos en Villa Diodati.
Entrevistador: Si, estoy al tanto de ello. Por favor, continúe.
Mary Shelley: «Resultó ser un verano húmedo y desagradable, y la lluvia incesante a menudo nos confinaba en casa durante días». Fue entonces que Lord Byron, nuestro anfitrión, nos propuso que cada uno escribiese un cuento de terror.
Entrevistador: Entiendo a la perfección. Prosiga.
Mary Shelley: Como le decía… Si bien fue una tarea ardua al principio, al menos por lo que a mí respeta, por un instante en el que estuve sola «mi imaginación, sin que nadie la llamara, me poseyó y me guío». «Vi, con los ojos cerrados pero con una visión mental aguda». «Vi el horrible fantasma de un hombre tendido, que luego, gracias al funcionamiento de un poderoso motor, dio señales de vida y se movió con un gesto inquieto, casi vital».
Entrevistador: ¡Espeluznante! Imagino que está usted haciendo alusión a Frankenstein o El moderno Prometo. Sin duda, lo que acaba de describir, debió de haber sido una aparición más que inquietante.
Mary Shelley: Efectivamente. «Espantoso debía ser; pues supremamente espantoso sería el efecto de cualquier intento humano de burlarse del formidable mecanismo del Creador del mundo».
Robert Louis Stevenson (interrumpiendo, con un tono cargado de énfasis): ¡Esto me recuerda a una anécdota personal!
Entrevistador: ¡Por favor, díganos usted cual! ¡No se detenga!
Robert Louis Stevenson (con entusiasmo): Una noche, estando yo profundamente dormido, mi esposa me despertó a raíz de los gritos desgarradores que profería. ¡Imagínense, ustedes! Tuve que reprenderla y asegurarle que «estaba soñando un buen cuento de fantasmas».
Entrevistador: ¿Se refiere usted a Doctor Jekyll y Mr. Hyde?
Robert Louis Stevenson: Nada más y nada menos.
Entrevistador: ¡Fascinante! Y, ¿es acaso cierto que su mujer jugó un rol crucial en la elaboración de su obra?
Robert Louis Stevenson: Así es. La crítica de mi entrañable Fanny fue tan mordaz que me vi en la obligación de tirar al fuego el primer borrador que había escrito.
Entrevistador: ¿Jura usted que lo que dice es verdad?
Robert Louis Stevenson: Podría jurarlo. Sin embargo, ya ve; «tengo una gran memoria para olvidar».
Entrevistador: ¿Es cierto que usted se inspiró en las fechorías cometidas por el Diácono Brodie, en el siglo XVIII, así como en el polémico caso policial que involucró a Eugene Chantrelle, quien fue condenado por asesinar a su esposa, allá por 1878?
Robert Louis Stevenson: Es posible que ambas historias hayan influido en mi relato sin que yo lo supiera.
Entrevistador: Fue un caso sin precedentes el de Eugene Chantrelle.
Robert Louis Stevenson: Por desgracia, lo fue. Estuve presente durante el juicio. Incluso podría referirme a él de igual forma que a la casera de Edward Hyde; es decir, uno de los muchos personajes de mi novela. «Tenía un rostro malvado, suavizado por la hipocresía; pero sus modales eran excelentes». Esto me ha llevado a pensar que «todos los seres humanos, tal como los conocemos, son una mezcla del bien y del mal».
Mary Shelley (dirigiéndose a Robert, con cierta vacilación): Aun así, ¿cree usted que alguno de ellos habrá sido dichoso? «Cuando la falsedad puede parecerse tanto a la verdad, ¿quién puede asegurarse una felicidad cierta?».
Robert Louis Stevenson: Pues, es probable que la conducta de uno y otro no influyese en absoluto. De todas formas, olvida usted que «el diablo, téngalo por seguro, a veces puede hacer cosas muy caballerosas».
Mary Shelley (pensativa): Creo que no me es posible concordar con usted.
Robert Louis Stevenson: Entiendo su punto de vista, créame. Pero, pensándolo bien, «hay sólo una diferencia entre una larga vida y una buena cena: que en la cena los dulces vienen al final». «Todos, tarde o temprano, nos sentamos a disfrutar de un banquete de consecuencias».
Entrevistador: ¿De verdad lo cree usted?
Robert Louis Stevenson: Por supuesto. «La verdadera sabiduría reside en estar siempre a la altura de las circunstancias y adaptarse con gracia. Amar los juguetes desde la infancia, tener luego una juventud aventurera y honorable, y establecerse, llegado el momento, a una edad joven y feliz, es ser un buen artista en la vida y merecer el bien de uno mismo y del prójimo».
Mary Shelley: Es cierto. Desafortunadamente, «me encuentro en la condición de una persona mayor: todos mis viejos amigos se han ido… y mi corazón falla cuando pienso en los pocos vínculos que tengo con el mundo…». «¡Cuán mutables son nuestros sentimientos y qué extraño es ese amor aferrado que tenemos por la vida incluso en el exceso de la escasez!».
Entrevistador: Estimada Mary, no piense usted así; se lo suplico.
Mary Shelley (con tono trágico): Descuide usted, «no busco compasión en mi miseria. Jamás encontraré compasión. Cuando la busqué por primera vez, deseaba ser partícipe del amor a la virtud, de los sentimientos de felicidad y afecto que desbordaban mi ser. Pero ahora, esa virtud se han transformado en una sombra para mí, y esa felicidad y afecto se han convertido en amarga y repugnante desesperación, ¿en qué debería buscar compasión?».
Robert Louis Stevenson (inclinándose ligeramente hacia Mary): «No puedes huir de una debilidad; debes luchar contra ella en algún momento o perecer; y si es así, ¿por qué no ahora, y donde te encuentras?».
Entrevistador: ¡Efectivamente, Mary! Piense usted en ello, y en su producción literaria. Si no me equivoco, a duras penas tenía diecinueve años al empezar.
Mary Shelley: Puedo entender que así lo considere usted, y «daré así una respuesta general a la pregunta que se me formula con tanta frecuencia: ¿Cómo yo, siendo entonces una jovencita, llegué a pensar y a meditar sobre una idea tan horrible?». Y lo único que puedo decir es que «el mundo era para mí un secreto que deseaba adivinar».
Robert Louis Stevenson: Y ha hecho usted un trabajo espléndido.
Entrevistador: Sin duda ha sido así.
Mary Shelley: Les agradezco, pero no ha sido nada fácil. Ahora, «por todas partes veo felicidad, de la que sólo yo estoy irrevocablemente al margen». Deben ponerse ustedes en mi lugar. «A las mujeres se nos dice desde la infancia, y se nos enseña con el ejemplo de nuestras madres, que un poco de conocimiento de la debilidad humana, correctamente llamada astucia, gentileza de carácter, obediencia exterior y atención escrupulosa a una forma pueril de decoro, nos asegurará la protección de un hombre».
Entrevistador: Parece que está usted hablando desde su propia experiencia.
Mary Shelley: Desde ya. Sólo una vez casada pude percatarme del grado de mi ignorancia. Ahí fue cuando fui capaz de entender que «el matrimonio a menudo se considera la tumba, y no la cuna, del amor».
Robert Louis Stevenson (pensativo): «En el matrimonio, el hombre se vuelve negligente y egoísta y sufre una degeneración grave de su ser moral».
Mary Shelley: Esa ha sido mi experiencia.
Robert Louis Stevenson: Es deplorable, y lo siento por usted. Es una cuestión que parece no tener solución. Verá, «las mentiras más crueles a menudo se dicen en silencio. Un hombre puede haber permanecido sentado en una habitación durante horas sin despegar los dientes, y aun así salir de ella como un amigo desleal o un vil calumniador. ¿Y cuántos amores han perecido a raíz de que, ya sea por orgullo, por resentimiento, por timidez o por esa vergüenza impropia que impide revelar los propios sentimientos o confesar que se tiene un amante en el momento crítico de la relación, se ha optado, por el contrario, por agachar la cabeza y mantener la boca cerrada?».
Mary Shelley: Tiene usted razón.
Entrevistador (mirando el reloj en su muñeca izquierda): Estimados, disculpen la interrupción, pero se nos acabó el tiempo por hoy. Los invito a unirse a nuestras futuras transmisiones, que ya contarán con la participación del presentador de este programa que hemos dado en llamar…
Robert Louis Stevenson (extrañado): ¿No es usted el anfitrión habitual de este show?
Entrevistador: De ningún modo. Nuestra conductora se ha tomado unos días libres.
Mary Shelley: Es una lástima. ¿Ha sido por algún motivo en particular?
Entrevistador (dubitativo): Mmm… Ha quedado algo extenuada luego de realizar algunas entrevistas.
Robert Louis Stevenson: ¿Puede saberse a quienes?
Entrevistador: Entre otras tantas, a Jane Austen y Charlotte Brontë.
Robert Louis Stevenson: ¡Ah! Entiendo perfectamente.
Entrevistador (con las luces del estudio ya apagadas): ¡Esto es todo por hoy, y hasta la próxima!
FIN DE LA TRANSMISIÓN